"El atardecer estaba dejando paso a la noche en las inmensas llanuras centrales de la India. Un tren surcaba el territorio como una gran serpiente quejumbrosa. En el interior, viajaban cuatro hombres que compartían un coche cama. Los cuatro eran desconocidos entre sí.
Cuando consiguieron dormir, al cabo de unos diez minutos, empezaron a oír:
- ¡Qué sed tengo! ¡Pero que sed tengo!
La voz pertenecía a uno de los viajeros. Los demás se despertaron por las quejas, las cuales se alargaron una hora. Uno de los viajeros, cansado del quejica, se levantó, caminó hacia el baño y llenó un vaso de agua. Se lo entregó al sediento que se lo bebió de golpe. A la media hora, cuando ya todos dormían, volvieron a escuchar:
-Pero que sed tenía, pero que sed tenía...".
Este relato, extraído del libro "El arte de no amargarse la vida" de Rafael Santandreu, expone algo a lo que nos mal acostumbramos en nuestro día a día, expresar y aguantar quejas por todo. Cuando tenemos tolerancia cero o uno a la frustración, casi cualquier cosa puede sacarnos de quicio, al fin y al cabo, nuestra psicología y modo de enfrentar el mundo se convierte en un hábito más. Si tenemos por costumbre lamentarnos más de la cuenta, por asuntos que la mayor parte del tiempo no tienen tanta importancia, la vida se hará cada vez más complicada.
Reducir el número de quejas diarias, no es cosa fácil, pero desde luego se puede conseguir, como todo, es cuestión de empezar poco a poco y aprender formas distintas de encauzar lo que nos perturbe. La primera clave para eso es relativizar lo que nos suceda, dejando el drama para el teatro, y una segunda e importantísima, focalizar nuestra atención en todo lo bueno que tenemos, si hace falta centrarse y hacerlo por escrito mejor que mejor, así lo tendremos a mano cuando fallen los ánimos.
Cada persona es tan feliz como se propone serlo.
VÍA YO EVOLUCIONO
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