Una mañana despertó sobresaltada. ¡Se había dormido! ¡Eran las siete menos diez y no llegaría a horario a su cita diaria! A toda carrera se levantó, se peinó a las apuradas y se vistió como pudo. Con la ropa medio arrugada y los cabellos medio desordenados salió velozmente de su casa y enfiló rumbo a la capilla. Apenas hubo salido, casi tropieza con un viejito que venía apenas en una bicicleta, y al cruzarse con ella perdió el control del vehículo y cayó de boca al suelo. Lamentablemente la mujer iba muy apurada como para detenerse, así que apenas logró esbozar una disculpa y continuar en su carrera.
Una cuadra después se le cruzó una mujer que le pidió una ayuda para poder pagar una consulta en el hospital. "Perdone, estoy apurada" alcanzó a decir sin detenerse y continuó su veloz marcha. Apenas hubo logrado zafarse de la mujer se le cruzó un niñito que le pidió un poco de pan. "Disculpa, hijito, pero tengo una cita con Dios y no puedo llegar tarde. Otra vez será", y siguió su interrumpido camino.
Cuando por fin llegó a la capilla miró de reojo el reloj. ¡Eran las siete en punto! ¡¡Lo había logrado!! Embargada por la emoción de no haber fallado a su cita empujó como de costumbre la puerta de la capilla, pero... no se abrió. Volvió a empujar con más fuerza, y nada. ¡Qué extraño! Jamás en los doce años que llevaba con su diaria rutina, había encontrado la puerta cerrada. De pronto notó que había una nota clavada con una chinche en la puerta de la capilla. Desconcertada, la desclavó y la leyó. La nota, garrapateada como con apuro, decía:
"Perdón por no estar aquí. Esta mañana tuve un accidente en la bicicleta, y encima, después no pude conseguir plata para ir al hospital, ni un poco de pan para desayunar, así que es probable que llegue un poco tarde. Firma: Dios".
VÍA POR LOS CAMINOS DEL ALMA
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