Confía en mis palabras: la vida de cada persona tiene un sentido, aun cuando él cometa el error de pasar gran parte de su tiempo en la Tierra buscando una respuesta, mientras se olvida de vivir.
Puedo darte un ejemplo de una época en la que estuve cerca de entender todo eso. Yo había asistido a la fiesta de conmemoración de los 50 años de mi graduación como bachiller. Allí, en la escuela donde estudié en mi adolescencia, encontré a muchos amigos. Bebimos e hicimos las mismas bromas que medio siglo atrás.
De repente miré hacia el patio del colegio. Me vi siendo un niño, jugando con ellos, encarando a la vida con sorpresa e intensidad. Y de repente, aquel niño que fui pareció tomar forma y vino a mí.
Me miró a los ojos y sonrió. Entonces entendí que yo no había traicionado mis sueños de infancia. Que el niño que yo había sido un día aún estaba orgulloso de mí. Que la misma razón que yo tenía para vivir entonces continuaba viva en mi corazón.
Procura vivir con la misma intensidad que un niño. Él no pide explicaciones, se sumerge en cada día como si fuese una aventura diferente y por la noche duerme cansado y feliz”.
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