Aunque este viaje prometía ser atípico, ha resultado serlo más de lo previsto. Si te dijeran que vas a hacer un viaje por tu vida, ¿dónde situarías el punto de partida? Tal vez mi simplicidad raye en la estupidez, pero contaba empezar en el momento en que mi madre me dio a luz… Pues no.
Zarpamos en el mismo instante del “Fiat Lux”, de la creación del Mundo, de la manifestación del Innombrable a través del Verbo. Estamos hablando de unos quince mil millones de años atrás… Cuando de la Nada Indiferenciada surge cuanto conocemos, surjo también yo… Y tú. Una parte de nosotros, algo así como nuestra imagen o proyecto, se hace patente en la mente ordenadora del Cosmos, en una mente –no se me ocurre un modo más adecuado para referirme a ella- en la que, por no estar sujeta al tiempo, somos reales desde ese mismo instante, desde siempre.
El porqué de la Creación siempre me había parecido un misterio, ahora lo entiendo. El que es, la Energía Primordial, el Arquitecto del Universo, el Tao, Dios –llámale como quieras- era algo parecido a un fantástico tesoro oculto que deseó –por bondad y amor- ser conocido. Por eso se manifestó dando lugar al otro, a los otros, calcando “ad extra” la misma relación trinitaria que se daba “ad intra”, abriendo el camino para que el otro volviera al Uno, para que lo disperso se reencontrara en el Todo, para que la gota de agua volviera al océano, para que el alma del hombre se uniera al espíritu de Dios y, de este modo, alcanzara la más perfecta y alegre felicidad.
En medio de una negrura que debe ser la Nada aparece, oh demiúrgica obra divina, un pequeño punto de una luz tan blanca e intensa que resulta doloroso mirarla fijamente. Como si de una cosmológica, ardiente y densa semilla se tratara (o, tal vez, de un huevo cósmico en cuyo interior surge -oculta- la vida), de pronto estalla y empieza a difundirse, como las ondas sobre el agua, hasta el infinito. Miles y miles de chispas de luz, de distintos colores, que se difunden en todas direcciones como en una gran fuente de fuegos artificiales. Lo caliente se vuelve frío, lo denso se diluye… Es precioso contemplar la formación de planetas, de estrellas de satélites; el orden, equilibrio y hermosura de su baile y crecimiento. Tiene la armonía de un buen vals. Parece que nada es casual, que todo tiene un por qué, y que, cuanto existe, sigue un ritmo cíclico que lo relaciona con el resto como en un baile de parejas en el que dos se mueven en la misma dirección pero con movimientos invertidos, manteniendo inalterable el centro, el espacio que se encuentra entre ellos. ¿Será ese el secreto del equilibrio entre contrarios que se encuentra en el fundamento de gran parte de las doctrinas y filosofías orientales que han conquistado a muchos occidentales en los últimos 50 años? El universo parece que se mueve buscando siempre el equilibrio entre dos extremos y, para ello, parte de la creación se mueve en un sentido y parte en el contrario, hay energías positivas y negativas, electrones y protones, día y noche… Este convencimiento me hace temer que, como si del ritmo respiratorio se tratara, este cosmos que se inició expandiéndose (expiración), en un Big Bang, tal vez vuelva a contraerse (inspiración) reuniendo lo disperso, volviendo a la unidad originaria en un Big Crunch.
-¿Te das cuenta de lo que todo esto significa?, pregunta Svadharma tras haberme dejado contemplar, por mí mismo, el origen de todos los mitos sobre la creación contenidos en los libros sagrados de las distintas tradiciones y que, si hay ocasión, ya expondré con detalle más delante.
Ante mi atónito silencio, continúa: no eres una casualidad, ni el fruto de la improvisación divina. Formas parte de la creación original. Igual que la noche y el día, el cielo, la tierra, el mar y las estrellas… El hombre, y tú específicamente, fuiste pensado desde el principio, el cosmos es como es para que tú puedas existir (es lo que los científicos llaman el Principio Antrópico), estás interrelacionado con el resto, tienes tu papel en el mundo, una vocación, algo a lo que estás llamado, una responsabilidad que te une a cuanto te rodea. ¿Has oído alguna vez a esos gurús que afirman ser uno con el cosmos? Su intuición es verdadera. El cosmos es el orden que rige todo lo creado y cada hombre es parte de ese orden… Si quiere. He ahí vuestra grandeza, he ahí la esencia de la dignidad del ser humano. A diferencia del resto de la creación –y a semejanza de Dios y de los ángeles-, los hombres disponéis de libre albedrío, no estáis sujetos a leyes inmutables que rijan vuestro actuar. Podéis escoger el seguir, o no, los ritmos de la Naturaleza, que son los vuestros propios por la aplicación de una desconocida ley de la creación, la ley de la correspondencia. Los ritmos, las leyes, los ciclos, son los mismos en los distintos grados de ser, en los distintos niveles de realidad. ¿Por qué? Porque todo lo que existe participa del ser de su origen, toda la obra plasma el ser del artista, toda la creación comparte los Principios Universales que se encuentran en el Intelecto Divino. Por eso los antiguos afirmaban que lo que está abajo es como lo que está arriba. Este es el secreto del simbolismo: todo lo existente es un camino para vislumbrar lo eterno, es posible conocer lo inmortal a través de lo mortal, las cosas exteriores nos revelan las interiores… La creación es un libro abierto que, por medio de la analogía, nos habla de su creador. Pero la analogía no es identidad, es semejanza, y no hay que olvidarlo jamás. Te pongo un ejemplo muy tonto pero muy claro para que entiendas a qué me refiero: del mismo modo que un gran cuerpo celeste atrae a los más pequeños que se acercan a él en virtud de la ley de la gravitación universal (a la que comúnmente se conoce como la ley de la gravedad), cuando un ser humano tiene muy desarrollado su ser, tiende a producir la atracción de aquellos que no están tan desarrollados (por medio de la admiración) pudiendo llegar, si la diferencia entre sus estados es muy grande, a absorber la voluntad del admirador y someterla a la suya propia.
La única diferencia (y no es pequeña) entre este caso y la ley de la gravedad –continúa con dulzura y seriedad mi instructor- es que, para que esta ley se aplique no debe oponerse la voluntad de cualquiera de los implicados. Aquí no se trata de leyes inmutables sino de meras tendencias o influencias. Os guste o no, de vuestro conocer y querer depende el convertiros en dioses o bestias, el descubrir vuestro nexo con el Todo y ocupar vuestro lugar en el Cosmos o el aislaros y consideraros a vosotros mismos como lo único, vuestra única realidad, vuestro único interés, vuestro único Dios… Cuando optáis por el egoísmo, perdéis entidad, disminuís en el ser y vuestra vida se vuelve un caos, porque carecéis de los cimientos, de los arcanos, de las llaves que abren la puerta del sentido de la existencia y dotan de coherencia, ritmo y equilibrio a cuanto nos rodea.
Hasta este momento he guardado el más estricto silencio. He bebido con interés y estupor cada una de las palabras de Svadharma y, ahora, estoy intentando digerirlas. Jamás me había planteado que mi existencia hubiera comenzado antes de mi nacimiento, ni que hubiera algo que me uniera al resto de la creación (lo que debe incluir también a mis semejantes), ni que tuviera la libertad de volverme un ángel o un demonio y, estos descubrimientos, me abren un nuevo horizonte de cuestiones que sé que necesitaré ir resolviendo para quedarme tranquilo, para encontrar la tan ansiada Paz Interior. La más acuciante de mis dudas tiene que ver con algo que contradice una de las afirmaciones que ha hecho mi ángel: que somos libres para escoger en qué nos convertimos. Sorprendido por haber hallado en su explicación algo que no concuerda con mi experiencia, no dudo en hacérselo saber.
Tampoco él duda en responderme: Me planteas, Joachim, una cuestión que ha estado en la mente de la mayoría de vuestros filósofos y que, no siendo difícil de responder, el humano afán racionalista y escolástico ha convertido en origen de cientos de miles de páginas dedicadas al tema de si el hombre es libre o está predeterminado. Páginas que, en lugar de aclarar vuestras nociones, en lugar de ayudaros a vivir mejor, se han convertido en entelequias que sólo entretienen a los profesionales de la intelectualidad (no me atrevo a llamarlos filósofos porque no aman el Conocimiento sino que viven, lucrativamente, de la racionalidad y la discusión) y que han sembrado la duda y el desinterés en quienes se han preguntado alguna vez por el tema.
Voy a intentar aclararte tus dudas: el hombre, como te decía antes, no está regido –en su actuar- por unas normas inmutables que le determinen. Su Voluntad, que debería seguir a su Conocimiento, siempre tiene la última palabra. Pero la existencia del libre albedrío no significa que no haya influencias, que no haya elementos que te empujen a actuar de uno u otro modo. Existen las influencias, tanto las externas (educación, temperamento, situación económico-social…) como las internas (carácter, miedos, vicios adquiridos…), pero son eso, influencias, no circunstancias decisivas del modo de actuar.
Aunque puedo aceptar la base de su planteamiento, hay una afirmación que me sorprende y así se lo hago saber:
- Has citado el temperamento como una circunstancia externa… ¿No es interna? ¿No forma parte de nuestro modo de ser, de nuestro carácter?, pregunto.
- Esta es una de esas preguntas de cuya respuesta depende tu concepción del hombre y su mundo y mi función es acompañarte en este viaje de descubrimiento de ti mismo y de cuanto te rodea, así que voy a explicarte a qué me refiero cuando hablo de carácter y de temperamento y por qué considero una influencia interna al uno y externa al otro.
Tras un breve silencio, como para ordenar sus ideas (o para que yo ordene las mías) arranca su explicación: la personalidad del hombre está compuesta, esencialmente, por dos factores; el temperamento y el carácter.
El temperamento es una predisposición constitucional, de nacimiento, por la que uno tiende a responder de un modo específico frente a los estímulos. Lo considero una influencia externa porque viene determinado por la genética y por la situación de los astros en el momento del nacimiento. Cuando el ser humano comienza a ser autónomo saliendo del vientre de su madre, se hace un nudo entre su ser y la relación que guarda con el resto del universo. Así, la configuración astral del momento queda grabada en su personalidad a través de una serie de influencias que constituirán sus tendencias naturales, su temperamento. La Astrología Tradicional estudia exactamente eso, el temperamento propio de una persona en función de la situación de los planetas y astros en el momento de su nacimiento. Una interesante línea de investigación que nada tiene que ver con los horóscopos de las revistas del corazón.
-Entonces, -aprovecho su mención a la prensa rosa para banalizar un poco la conversación- ¿la astrología no sirve para saber el futuro, lo que te pasará esa semana, o esa quincena, como aparece en la mayoría de publicaciones o como afirman algunos magos y brujas que se anuncian por televisión?
-¿Magos? ¿Brujas?- Su angélico tono ha tomado una cierta aspereza entremezclada con tristeza-. Los seres humanos habéis tomado la mala costumbre de perderle el respeto al lenguaje y prostituir las palabras. Los nombres, que son sagrados porque deben definir –en sí mismos- la esencia de aquello a lo que hacen referencia, se emplean para designar una cosa y su contraria. Habéis olvidado la etimología sagrada, el estudio de las palabras originarias. Mago procede de Magus o Magusaeus, término que originariamente designaba a sacerdotes y sabios. Éstos eran los poseedores de un saber oculto, un conocimiento que, por ser tradicional, podía haber sido entregado directamente por Dios al hombre mediante una revelación particular, o bien podía ser fruto de una observación concentrada e intuitiva de la Luz de la Naturaleza. En ambos casos se trata de una gracia, un regalo, un don que hace referencia al conocimiento de leyes naturales y secretas (o discretas) que rigen al hombre y al resto de la naturaleza. Como en todo regalo, hay que agradecerlo, hay que hacerlo propio, hay que disfrutarlo y –para ello- hay que compartirlo. Por este motivo, los magos auténticos, han interiorizado esas leyes, las viven y son capaces de utilizarlas para lograr beneficiosos resultados (para él y para los demás, aunque especialmente para estos últimos) que, para el profano, pueden tener la apariencia de extraordinarios.
Cosa distinta son los brujos o hechiceros: éstos, en el mejor de los casos, pueden ser poseedores del conocimiento de ciertas leyes naturales poco evidentes pero –a diferencia de los magos- no las han hecho suyas, las emplean instrumentalmente con la intención de obtener un beneficio. Sus resultados extraordinarios no mejoran al hombre ni al mundo que lo rodea. Sólo velan por sus propios intereses. Pero existe un brujo aun peor, mucho más oscuro. Es aquél que, alineándose con el opositor, con el separador, con las fuerzas de las tinieblas, con la disgregación, con el diablo, emplean esas leyes naturales y, en algunos casos las superan, para realizar su obra de destrucción de la divinidad existente en el Hombre y la Naturaleza.
Así que te ruego que no hables de brujos y magos con tanta ligereza. Existen y están en medio del mundo: unos como puente con lo divino, y otros como puerta de entrada a los infiernos.
Así que, en el mejor de los casos, los horóscopos semanales no son más que una patraña para alimentar la insana curiosidad de mentes crédulas y, encima, ganar dinero a su costa. Si nos ponemos en lo peor, los horóscopos pueden convertirse en instrumentos de condicionamiento y control, en cadenas que limiten la libertad personal.
En el caso de la Astrología Tradicional y seria, por su parte, estamos hablando de un conjunto de leyes naturales discretas que tratan sobre influencias, pero que no determinan al hombre, por lo que el temperamento puede atemperarse (permíteme el juego de palabras) a través de la voluntad, a través de la formación del carácter. Éste no se recibe, éste se lo va haciendo cada uno día a día. Lo que vives, y cómo lo vives, te va haciendo el que eres. Y el que eres, te encamina al que serás. El carácter, por tanto, es una mezcla de experiencias, inteligencia y voluntad que, junto con el temperamento, constituye la personalidad.
Durante la lección magistral de mi ángel, he ido viendo-viviendo-experimentando-comprendiendo mil cosas que, si tengo ocasión, ya narraré en otro momento… Los mitos de las grandes tradiciones hechos historia, la historia que dio lugar a los mitos de las grandes tradiciones… Pero no es el momento, necesito seguir un orden coherente para que tú puedas seguir mi viaje sin marearte, cogido del hilo de Ariadna que te lleve al centro del laberinto, al centro de ti mismo.
Como te decía, Svadharma se había propuesto aclararme que el ser humano es libre, aunque pueda estar sujeto a influencias internas y externas. A mí me había convencido y me preocupaba que su insistencia en este asunto se basara en la necesidad de asentar los cimientos básicos, la libertad, para la emisión de un juicio de valoración de mi vida. El juicio, probablemente, llegaría… Pero no de momento. Mi maestro se había propuesto arrojar luz sobre otra cuestión que, en vida, había sido fuente de muchas discusiones: cuándo comienza uno a existir en el plano físico.
Ya había tenido la experiencia de que, en la mente del creador, existimos desde el mismo instante en que comenzó su manifestación, desde el momento en que se hizo la luz. Pero, una cosa es eso y otra es cuándo comenzamos a ser hombres de carne y hueso. Aquí Svadharma no me dio una larga explicación sino que me hizo vivir una fecundación –mi fecundación- como espectador privilegiado. Gracias a Dios, me evitó el espectáculo externo (dudo que hubiera superado el trauma de encontrarme con mis padres entregados, en cuerpo y alma, locos de frenesí, al proceso de mi fabricación) y se centró en el nivel celular.
Vi, viví, experimenté y comprendí todo el proceso: fui el triunfante espermatozoide de mi padre que, sabiendo que era el único modo de sobrevivir y el máximo objetivo de su vida, andaba loco por fecundar al ansioso óvulo de mi madre, que también viví en primera persona y que también sabía que su vida dependía de ser fecundado.
Viví la fecundación, el abrazo unitario de ambos, la conversión de la dualidad en unidad por medio de la relación… Un auténtico milagro. Ya no eran dos cuerpos ansiosos por encontrarse, era un ser nuevo, único, con un código genético que nadie más podría tener porque era el fruto del baile de los 23 cromosomas de mi padre con los 23 cromosomas de mi madre. Un código genético completo, perfectamente programado que ya me encaminaba a lo que sería en mi edad adulta. La forma comenzaba a configurar la materia, el nuevo ser humano ya hacía oír su voz. Comencé siendo una sola célula, un cigoto repletito de información. Pronto la célula se dividió en dos, en cuatro, en ocho, en dieciséis… Era como un nuevo Big Bang a nivel celular. La unidad dio lugar a la diversidad porque, a medida que las células se dividían, se iba produciendo una diferenciación y especialización celular, un olvido de la información originaria… Pero todas las células se encontraban interrelacionadas, coordinadas, seguían un orden, una secuencia. La correspondencia entre el proceso de creación del universo y el de formación del ser humano me lleva a pensar que todo nacimiento debería tener el mismo origen que la creación: un amor que se desborda. Este convencimiento tiene unas consecuencias que, aunque ahora no es momento de explicar, no tendremos más remedio que tratar más adelante.
Pero volvamos por un momento al código genético. Recuerdo lo que he comentado antes, al hablar de la libertad del hombre, del temperamento y el carácter: le genética influye pero no determina el actuar, aunque sí define muchos aspectos físicos. Así, desde el mismo instante de la fecundación quedó determinado el color castaño de mis ojos y cabellos, esa característica mancha en la piel de la familia de mi madre, la cadera ancha de la familia de mi padre… Nada se añadirá ya a mi código genético hasta el momento de mi muerte, mi DNI biológico ya está impreso. Soy el que seré. Mil pequeños detalles de mi vida en los que, en ocasiones, ni había caído pero que –ahora lo veo- eran la consecuencia de que quienes se unieron para darme la vida fueron mis padres y no otras dos personas. Gracias por algunas de esas cosas, papás, y sabed que os disculpo por las otras.
El haber revivido mi crecimiento en las entrañas de mi madre me lleva a hacer algo que nunca pensé: declararme pro-vida. Yo, que siempre me había declarado a favor del aborto libre, ahora no puedo hacer otra cosa. Ahora sé que, desde el mismo instante de la fecundación ya era yo, en estado incipiente. No era sólo una parte de mi madre, no era un apéndice de su cuerpo… Era un ser humano independiente, con un futuro por delante, con un lugar en el mundo, con una misión que cumplir, con la libertad para hacerlo o no… Sólo me faltaba tiempo de desarrollo, nutrición y cuidados. El espermatozoide y el óvulo que se encontraron ya habían llegado a la fase máxima de su desarrollo pero, al unirse, dieron lugar a algo completamente nuevo, a un nuevo comienzo. A mí, a un mini-yo que debería ser especialmente protegido por encontrarse especialmente desamparado.
Siento sonreír a Svadharma ante mi nuevo convencimiento. Es éste, sin duda, un maestro muy peculiar. Su método es original pero efectivo. No hay palabra que pudiera haber empleado capaz de sustituir la experiencia directa que estoy teniendo. El conocimiento, para ser auténticamente transformador, requiere ser interiorizado, vivido por uno mismo. Y eso es exactamente lo que estoy haciendo gracias a mi ángel, gracias al mejor de mis amigos.
Tras la fecundación, un largo trayecto de una semana para implantarme en el útero de mi madre. Es mi primer viaje y, por lo que veo, todavía no he tenido tiempo de aprender que –como bien expresa Lluis Llach en su canción sobre Ítaca- lo importante no es el destino sino disfrutar de las experiencias del camino. Sin duda, el tiempo me lo enseñará.
Una vez llegado a sitio voy formándome con mayor rapidez: a los 18 días empiezo a sentir el bombeo de mi corazón, a los 40 días compruebo que mi cerebro empieza a funcionar (¿cómo podía tener conciencia de mí mismo sin que me funcionara? ¿será cierto que el hombre está compuesto de cuerpo, alma-mente y espíritu y que éste último es anterior al segundo? No sé que responder, pero yo sé que era consciente de mí mismo. Así que ya se encargarán los expertos de buscar una explicación a éste y otros extraños fenómenos), a las 6 semanas ya empiezo a mover todo mi cuerpo. Al acariciarme los labios, se me disparan los brazos hacia atrás y mi tronco se dobla hacia un lado (¿será algo que nos pasa a todos o ya desde pequeño soy “rarito”?), a las 10 semanas ya muevo la lengua, soy capaz de tragar (no preguntes qué, la respuesta no es agradable) y mi mano empieza a servirme para algo más que para mirármela. A las 11 semanas me chupo el dedo, que ya tiene uñas y, si quisiera, podría comérmelas porque ya funciona mi estómago, así como el resto de órganos vitales. Además, ya tengo las huellas digitales que me acompañarán durante el resto de mi vida. ¡Estoy hecho un hombrecito!
Mis elucubraciones se ven truncadas por una voz que ya empiezo a conocer muy bien:
- Sí, estás hecho un hombrecito, un mini-tú. Pero, ¿no intentarás decirme seriamente que te crees sólo materia desarrollada? ¿Sabes qué es lo que te hace ser más que eso? ¿Puedes explicarme qué es lo que te hace ser hombre, por qué eres persona?- Svadharma, como siempre, va muy por delante de mí. Su capacidad de profundización en cualquier asunto resulta alarmante aunque, debo reconocerlo, acaba siendo siempre apasionante porque te abre los ojos a un nuevo mundo al que no podías acceder porque desconocías su existencia, porque carecías de los arcanos que abren sus puertas.
Mi respuesta (que oculta una ansiosa pregunta indirecta) no se hace esperar:
- Sé que soy más que materia porque he sentido que era antes de nacer y porque mi cuerpo cambia, mis células mueren y surgen otras nuevas que las sustituyen pero yo sigo allí, siempre allí, siempre el mismo. Tengo la certeza de ser algo más, pero no puedo explicártelo, me faltan las palabras, me cuesta comunicarlo… Recuerdo –de cuando estudié la carrera- que el Código Civil afirmaba que no se es persona (jurídicamente hablando, claro está) hasta veinticuatro horas después del nacimiento, hasta haber demostrado la viabilidad del bebé. Pero no me parece un criterio válido. Cuando lo estudié ya me pareció una barbaridad, ahora lo entiendo como una salvajada indefinible. Pero, como parece que las leyes ya no pretenden adecuar la conducta del ciudadano al ritmo propio de la naturaleza sino que procuran crear una nueva conducta ciudadana, una nueva naturaleza social, que se ciña a los planteamientos, proyectos e intereses de la élite dirigente, no parece raro encontrar tales fantochadas en el ordenamiento legal de un país. Y, aunque ese planteamiento me parezca una estupidez propia de leguleyos, no por ello encuentro una manera válida y clara de definir a la persona.
- A la Persona, Joachim, no hay que definirla… Hay que descubrirla y vivirla –hayque reconocer que tengo un ángel cursi, muy cursi-. Tú eres Persona y, por ese motivo, puedes entender perfectamente en qué consiste. Como bien intuías, en ti hay algo permanente que es lo que te define. Por tanto, y a sensu contrario(¿lenguaje propio de la lógica jurídica, o “latinajos”, en un ángel? Definitivamente, este tío no es normal), no puedes identificarte (formar tu identidad) con elementos variables de tu ser, con la parte de ti que cambia. Así, podemos afirmar que no eres tu cuerpo (porque varía a lo largo de tu vida), no eres tus sentimientos (porque se suplantan unos a otros cada poco rato), no eres tus ideas o creencias (porque a lo largo de tu vida has sido muchas cosas y sus contrarias)… Pero has seguido siendo y sigues ahí, escuchándome, haciendo un viaje iniciático conmigo. Por muy descreído que seas, sabes que estás ahí, que hay algo permanente que te hace ser tú. Más allá de tu cuerpo y de tu mente, de tu agregado psicosomático, existe algo más íntimo que te define: aquello que sustenta el sentimiento o sensación de presencia, de saberse unión del yo con la circunstancia, inseparable del mundo y de cuanto nos rodea (interdependiente con el resto de lo existente).
El tema empieza a complicarse, de la última explicación no he entendido ni la mitad de lo que me ha contado. Parece que Svadharma detecta mi incomprensión porque continúa de un modo más tranquilizador:
-Me gusta diseccionar las ideas porque siempre es más fácil tragarlas a trocitos pequeños, así que voy a tratar de explicarte lo que es el hombre en varias cucharadas.
Primer bocado, el hombre es un individuo. Resulta algo evidente. Es la percepción del hombre como algo distinto a lo demás y a los demás, como algo independiente. Se trata de un primer grado de identificación por oposición que podemos equiparar con lo mudable del ser humano, con el agregado psicosomático, con la unión de cuerpo (soma) y mente (psiqué), con los mil aspectos que te diferencian de los demás. Dicen los filósofos, especialmente los aristotélico-tomistas, que la forma produce la individuación en la unidad hilemórfica que entienden que es el hombre. ¿Y qué significa esto de la formación hilemórfica, supongo que te preguntarás? Simplificándolo hasta el esquema, significa que todos los cuerpos mudables (sujetos a cambio) están constituidos por un elemento común –la llamada “materia prima”- y que lo que los distingue (individúa) es la forma, el modo de organización de la materia prima que la hace ser lo que es y no otra cosa. Eso es, a un nivel metafísico, el alma… La forma del cuerpo, el elemento diferenciador, la fuente de la individualidad.
Muchos pensadores han llegado hasta aquí en su teoría antropológica: el hombre está compuesto de cuerpo y alma, o de un alma encarnada, o de un cuerpo espiritualizado. Sólo barajan dos elementos constitutivos… Olvidan que la realidad es trinitaria, no barajan la carta más importante, la que nos abre a cuanto nos rodea, la que nos hace superar nuestra identidad individual para identificarnos y relacionarnos con el resto de lo existente… Dejan de lado la auténtica noción de Persona.
Segundo bocado: el hombre es pues, también, Espíritu, Persona… Con mayúscula. Grandes filósofos han dedicado años de estudio a la persona (con minúscula) y la han definido de mil maneras fantásticas, racionales, razonables pero incompletas. ¿Por qué? Porque siguen aferrados al hombre como individuo para definirlo como persona y eso no es más que una profundización en la noción de individuo, no de hombre. Porque la Persona (con mayúscula otra vez) es ese elemento constitutivo del hombre que lo relaciona con cuanto le rodea, es la superación de la individuación propia de la forma, es aquello que le hace universal, trascendente, divino. Es su ser más íntimo, la conciencia de presencia, el saberse vida, ser, parte de un cosmos, de un orden superior interdependiente. La Persona es la polaridad del hombre que lo vincula con la completa trascendencia e inmanencia de Dios, ese Dios que está en todas partes y en ninguna, al que descubres en tu interior pero es completamente Otro porque está a infinita distancia de ti en la jerarquía del ser, ese Dios del que participas gracias a su inmanencia pero al que nunca poseerás debido a su trascendencia…
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