La inmensa mayoría de nosotros queremos creer que somos humildes, a excepción de los narcisistas, pero recordemos que ellos juegan en otra liga.
En general pensamos en la humildad como un estado o una actitud binaria, se es o no se es, pero en realidad se asemeja más a una escala ascendente decimal en el que en un extremo se encuentra la humildad y en el otro la soberbia y entre ellas, multitud de fases intermedias.
Esta escala ascendente no es fija, podemos situarnos en ella en función de las referencias externas que dispongamos, de manera que en un momento dado y en función de un tema concreto podemos situarnos cerca de la soberbia creyendo que somos humildes (o muy humildes), ya sea porque las cosas nos están yendo muy bien y nos lo merecemos, o porque a nuestro entorno no les está yendo bien, y se lo merecen.
Evidentemente hay momentos en la vida de cada uno de nosotros en los que la autovaloración de la humildad no se corresponde con la que el entorno inmediato hace de nosotros, y si además no es merecida, puede ser que pasemos por una humillación. ¿Esto que quiere decir? La humillación es el camino para volver a ser humilde, y recordemos que nos gusta creer que lo somos.
La humillación nunca es agradable, pero no es necesariamente mala. Sobre todo si conocemos el por qué del camino y a dónde nos lleva...
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