Nuestro niño interior ha crecido pero sigue siendo juzgado y condenado casi a diario, muchas veces más duramente incluso que en el pasado. Pero su juez más severo no es ya el entorno social y cultural donde crecimos. No son ya nuestros bienintencionados padres, educadores o conocidos. Ellos solo fueron los que implantaron las semillas de la autocrítica en nuestro subconsciente que posteriormente se extendieron por nuestros hábitos de pensamiento y de percepción de la realidad. Con el tiempo nosotros mismos nos hemos convertido en nuestro juez más implacable, engrosando la continua cadena de víctimas propagadoras de más víctimas que nos afectó en primer lugar.
¿Nos quejamos de que el mundo necesita amor y comprensión? ¿Cómo pretender amar a otros si no podemos amarnos a nosotros mismos? ¿Cómo perdonar a otros si somos incapaces de perdonarnos? ¿Cómo comprender a otros cuando no comprendemos siquiera a quien más cerca tenemos, a nosotros mismos?
En verdad pienso que el verdadero problema es precisamente nuestra heredada necesidad de perfección, por la cual no admitimos errores en nuestra conducta, simplemente porque no hemos llegado todavía a comprender que dichos errores no son otra cosa que pautas naturales de aprendizaje y maduración.
ANGELESAMOR
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