Toni tenía unos trece o catorce años, vivía en un barrio obrero donde muchos de sus miembros se conocían. Era una mañana de principios de primavera. Toni salió de su casa y se dirigió a la tienda de ultramarinos que estaba justo al lado de la puerta de su finca.
«–Buenos días señor Pedro –saludó Toni al dueño de la tienda.
»–Buenos días, Toni, ¿qué deseas? »
–Señor Pedro, ¿sería tan amable de dejarme hacer una llamada telefónica? Ya sabe, en mi casa no tenemos teléfono y…
»–¡Faltaría más! –le interrumpió el señor Pedro–. Pasa y haz esa llamada.
Toni pasó al interior de la tienda, marco un número de teléfono y esperó…
»–Sí, buenos días. ¿Está la señora?…
»–De acuerdo, espero… ¿Es usted la señora de la casa?… Mire, tengo entendido que ustedes tienen en su casa un jardín bastante grande, ¿es cierto?… De acuerdo. Mire, señora, es que yo soy jardinero y si ustedes necesitan quién le cuide su jardín yo podría hacerlo perfectamente… ¡Ah, que ya tienen un jardinero!; sí pero yo podría hacerlo muy económico, además soy un gran experto en cuidar jardines… Ah, que están muy satisfechos con su jardinero… que no quieren cambiar. ¿Seguro? –insistió una y otra vez Toni–. De acuerdo –pareció rendirse Toni–. De todas formas muchas gracias, ha sido usted muy amable al escucharme. Adiós, buenos días.
»–No te preocupes Toni –le consoló de forma paternal el señor Pedro–. Aún eres muy joven. ¡Seguro que encuentras trabajo! No te preocupes.
»–¿Quién busca trabajo? –preguntó Toni, con aire de cándida autosuficiencia.
»–Toooni, Toni… que lo he oído todo… Estabas ofreciéndote como jardinero a una señora.
»–¡Ah¡, ¡qué va! No, no estaba buscando trabajo… el jardinero de esa casa ¡soy yo!… Sólo quería saber… cómo lo estaba haciendo.»
….
Preguntémonos cada día: ¿Qué he hecho hoy para ser mejor?, como jardinero, como padre o madre, como hermano, como jefe, como profesor, cada día, todos los días, sin excepción.
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