Ricardo Ros
Todos actuamos de tal modo que buscamos aumentar nuestro placer y disminuir nuestro dolor.
La percepción que tenemos de las cosas, incluidas el placer y el dolor es diferente para cada persona. Para unos el umbral del dolor, ya sea físico o psicológico, se encuentra en un determinado grado mientras que otra persona puede ser más o menos sensible.
Lo mismo ocurre con el placer. Unos disfrutan con una buena comida y otros comen por obligación. Unos sienten placer al escuchar una aria de Rigoletto mientras que otros no sienten más que aburrimiento.
Podemos incluso, por tanto, detestar lo que otro ama, o amar lo que otro aborrece.
Además, desde otro punto de vista, la manera de intentar incrementar nuestro placer o disminuir nuestro dolor puede discrepar sensiblemente de una persona a otra.
Normalmente podemos distinguir dos tipos de enfoques.
Por un lado se encuentran aquellos que tienen la tendencia de moverse hacia algo, en sentido positivo para incrementar su placer. Por otro lado se encuentran aquellos que se mueven alejándose del dolor, de aquello que les disgusta o que les hace sufrir.
El planteamiento es totalmente antagónico ante un mismo estímulo.
Bernardo se levanta de la cama rápidamente por la mañanas con la angustia de perder el autobús, llega a la oficina diligentemente por miedo a que su jefe le regañe por llegar tarde, piensa en desarrollar su trabajo lo mejor posible para que nadie pueda tener queja de él. Intenta ascender en la empresa por miedo a no responder al perfil que sus superiores tengan de él y le despidan. Quiere ganar más dinero para que su familia no pase hambre, su mujer no le abandone y sus hijos no puedan decir de él que es un fracasado. Al mismo tiempo intenta ahorrar para su jubilación para no pasar calamidades y no depender de nadie.
Alberto, que trabaja en la misma empresa que Bernardo, se levanta por las mañanas ilusionado con el nuevo día. Salta de la cama motivado por algo placentero que le espera (el sabor del café con leche, el olor de las tostadas, el amanecer del nuevo día, etc…). Se propone cada día nuevos retos en su trabajo porque le ilusiona conseguirlos y así ascender en la empresa. Quiera ganar el mayor dinero posible para que su familia disfrute con él. Está ahorrando para su jubilación porque entonces tiene pensado dedicarse a viajar.
El tipo de recompensas también nos distingue a unos de otros. Alcanzar el éxito no siempre significa lo mismo para unos que para otros. Para unos es suficiente la satisfacción interna de un trabajo bien realizado. Para otros es imprescindible que lo que hacen sea reconocido por los demás.
No cabe duda de que todos estos factores vienen marcados por la educación desde la infancia. A unos se les enseña a huir del peligro, a otros a jugar con él. Unos se dejan llevar por la vida, otros se empeñan en dirigirla ellos mismos.
La manera de enfocar la vida crea afinidades y desencuentros entre las personas.
Es lógico “conectar” mejor con alguien con una misma visión de la vida que la nuestra, mientras que si nos tropezamos con alguien con un tipo de perspectiva contraria a la nuestra podemos sentir una cierta incomprensión hacia ella.
“¿Cómo es posible que Bernardo no sea más ambiciosos en la vida, con lo brillante que es?- piensa Alberto”.
“¿Cómo es posible que a Alberto le guste el paracaidismo? Es absurdo jugarse la vida de esa manera teniendo mujer e hijos – piensa Bernardo”.
Son distintas maneras de afrontar la vida. Cualquiera de ellas es tan válida como la otra. Lo importante es que cada uno se sienta satisfecho y cómodo con su manera de vivirla.
Fuente: http://www.ricardoros.com
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