miércoles, 4 de febrero de 2015

EL TALLADOR DE LÁPIDAS...CUENTO CORTO..♥






Muchas per­so­nas con­su­men su vida entera bus­cando la feli­ci­dad sin encon­trarla nunca, sim­ple­mente por­que no miran en el lugar ade­cuado. Nunca podremos ver una puesta de sol si estamos mirando hacia el Este y nunca encon­tra­remos la feli­ci­dad si la bus­camoss entre las cosas que nos rodean.
El cuento del talla­dor de lápi­das te enseña que la feli­ci­dad no depende de lo que cam­bies en tu vida… salvo que te cam­bies a ti mismo.
Leamos, hoy, este cuento sobre un hom­bre que que cor­taba y tallaba rocas para hacer lápi­das. Se sen­tía infe­liz con su tra­bajo y pen­saba que le gus­ta­ría ser otra per­sona y tener una posi­ción social distinta.Un día paso por delante de la casa de un rico comer­ciante y pensó que le gus­ta­ría ser exac­ta­mente como él, en lugar de tener que estar todo el día tra­ba­jando en la roca con el mar­ti­llo y el cincel.Para gran sor­presa suya, el deseo le fue con­ce­dido y de este modo se halló de pronto con­ver­tido en un pode­roso comer­ciante, dis­po­niendo de más lujos y más poder de los que nunca había podido soñar. Al mismo tiempo tam­bién era envi­diado y des­pre­ciado por los pobres y tenía igual­mente más enemi­gos de los que nunca soñó. Enton­ces vió un impor­tante fun­cio­na­rio del gobierno, trans­por­tado por sus sier­vos y rodeado de una gran can­ti­dad de sol­da­dos. Todos se incli­na­ban ante él. Sin duda era el per­so­naje más pode­roso y res­pe­tado del reino.
El talla­dor de lápi­das, que ahora era comer­ciante, deseó ser como aquel alto fun­cio­na­rio, tener abun­dan­tes sier­vos y sol­da­dos que lo pro­te­gie­ran y dis­po­ner de más poder que nadie. De nuevo le fue con­ce­dido su deseo y de pronto se con­vir­tió en el hom­bre más pode­roso de todo el reino ante quien todos se incli­na­ban. Pero el fun­cio­na­rio tan­bién era la per­sona más temida y odiada en todo el reino y pre­ci­sa­mente por eso nece­si­taba de tal can­ti­dad de soldados.
Mien­trás tanto el calor del sol le hacía sen­tirse incó­modo y pesado. Enton­ces miró hacia arriba, viendo al sol que bri­llaba en pleno cielo azul y dijo: ¡Qué pode­roso es el sol! ¡Cómo me gus­ta­ría ser como el sol! Antes de haber ter­mi­nado de pro­nun­ciar la frase se había ya con­ver­tido en sol, ilu­mi­nando toda la tie­rra. Pero de pronto sur­gió una gran nube negra, que poco a poco fué tapando al sol e impi­diendo el paso de sus rayos. ¡Qué pode­rosa es esa nube! – pensó – ¡cómo me gus­ta­ría ser como ella!.
Rápi­da­mente se con­vir­tió en la nube, anu­lando los rayos del sol y dejando caer la llu­via sobre los pue­blos y cam­pos. Pero luego vino un fuerte viento y comenzó a des­pla­zar y a disi­par la nube. ¡Me gus­ta­ría ser tan pode­roso como el viento!, pensó, y auto­má­ti­ca­mente se con­vir­tió en el viento. Pero aun­que el viento podía arran­car los árbo­les de raíz y des­truir pue­blos ente­ros, nada podía con­tra una gran roca que había allí cerca. La roca se levan­taba impo­nente, resis­tiéndo inmó­vil y tran­quila la fuerza del viento. ¡Qué potente es esa roca! – pensó – ¡cómo me gus­ta­ría ser tan pode­roso como ella!
Enton­ces se con­vir­tió en la roca, que resis­tía inmó­vil al viento más hura­ca­nado.

Final­mente se sen­tía feliz, pues dis­po­nía de la fuerza más pode­rosa exis­tente sobre la tie­rra. Pero de pronto oyó un ruido. Clic, Clic, Clic. Un mar­ti­llo gol­peaba a un cin­cel, y éste arran­caba un trozo de roca tras otro. ¿Quién podría ser más pode­roso que yo?, pensó, y mirando hacia abajo, la pode­rosa roca vió… al hom­bre que hacía lápidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario