Dos cosas pueden suceder cuando nos encontramos con alguien: o bien nos hacemos amigos, o bien intentamos convencer a esa persona para que acepte nuestras convicciones. Lo mismo sucede cuando la brasa encuentra otro trozo de carbón: o bien comparte su fuego con él, o bien es sofocada por su tamaño, y termina extinguiéndose.
Como por lo general nos sentimos inseguros en el primer contacto, nos protegemos con la indiferencia, la arrogancia, o la excesiva humildad. El resultado es que dejamos de ser quienes somos, y las cosas pasan a estar orientadas a un extraño mundo que no nos pertenece.
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