Por Nancy Ortiz
A menudo escucho hablar o encuentro artículos de los miedos de los niños, de sus conflictos en la escuela, problemas de aprendizaje, de conducta, y me surge la pregunta que aquí quiero compartir, ¿será que los niños nacen con estas dificultades, o una determinada educación, o no educación, podría generar como consecuencia determinados síntomas en los niños?
Entonces,teniendo en cuenta esto, ¿podemos pensar que los niños nacen sanos y se mantienen sanos si el entorno es sano?
Y si el entorno, padres, escuela, sociedad, cambia el tipo de educación, ¿cambia el niño?
Aquí deseo hablar de los miedos de sus educadores: un punto, que rompe el equilibrio emocional, físico o espiritual de un niño.
Los miedos de los padres: Consecuencias en el niño
La verdad es que cuando somos padres todas las teorías, si es que las teníamos, son puestas a prueba. Muchas veces se siente que no se sabe nada, que dudamos de todo, que es demasiada responsabilidad decidir por el bien y camino de un ser humano. Esto nos genera grandes miedos, y tomamos decisiones basadas en nuestros miedos. Es decir, no decidimos lúcidamente o en total libertad, decidimos para contrarrestar o aplacar el gran terror que tenemos a equivocarnos o a dañar a este ser que tanto amamos.
Pero, lo que aquí quiero compartir, que lo veo lamentablemente reiteradamente, es que lo más dañino para un niño, y para nosotros mismos también, no es aquello a lo que le tememos sino los miedos mismos.
Quiero compartir un ejemplo sencillo para que quede claro a qué me refiero:
Recuerdo cuando mi hija tenía apenas un mes, yo estaba titubeante, dudosa, miedosa. Era todo muy nuevo, y no podía observar mis emociones y hacia donde me llevaban ellas.
Tenía miedo de que cuando durmiese tuviese frío, o que si la abrigaba mucho, tuviese demasiado calor, en definitiva mi miedo era no poder darme cuenta de lo que necesitaba verdaderamente. Recuerdo que cuando dormía, iba y venia. En un momento la tape con una manta, me fui de la habitación pensando que la había tapado demasiado, que podría tener calor. Vuelvo a la habitación y la destapo, un poco, por la mitad. Es decir, tome una decisión a medias, mitad tapada, mitad destapada… incongruente. Aun así salí de la habitación creyendo que tal vez tendría frio… En ese momento algo se ilumino adentro mio, y apareció una voz que decía lo siguiente “Toma la decisión que quieras, pero sin peso, sin rollo, sin conflicto interior. Lo que hace más daño, aún más que el frio o el calor, es el decidir con temor. Yo percibo el peso con que realizas tus acciones, y eso es lo que me hace mal.”
No importa si esto lo pensé yo, lo cree yo, o me lo dijo el ser de mi hija. Dejo que cada uno por su propia experiencia lo considere de la manera que quiera. Lo más importante fue la claridad que me dejó este mensaje.
Si por temor no dejamos que el niño vaya a la casa de un amiguito, de campamento, salga afuera porque hace mucho frío, coma ciertos alimentos porque le pueden generar alergia; o cuando es bebe, por ejemplo, por temor a que se golpee no le dejamos tocar, gatear, aprender a caminar, le estamos atrás inseguros, no le estamos haciendo un favor, no le estamos generando salud.
Con esto no quiero decir que si considero que todavía es pequeño para de ir de campamento tenga que dejarlo para superar mis miedos, no. Lo que digo, siguiendo este ejemplo, es que tome la decisión sobre una base sana, en este caso sería “considero que el niño es pequeño aún, por eso no va ir a este campamento”. Sin peso, la decisión esta limpia, liviana.
El caso contrario sería “tengo miedo que le pique un bicho, tenga frío y no se abrigue, que se caiga al agua, que los profesores no estén atentos a su cuidado”, y sobre esta base, decido.
Sabemos que los niños tienen gran sensibilidad hacia todo lo que sentimos, especialmente si somos sus padres, y más aún, lo que siente la madre. Entonces, si queremos una educación que favorezca y contribuya a un sano desarrollo de sus emociones, espíritu y cuerpo físico, debemos, si o si, trabajar sobre nuestros miedos.
La pregunta que lo invito a hacerse es ¿Qué considero que es más dañino, los miedos a que algo le pase o aquello que quiero evitar que le pase?
No podemos evitar que el niño se encuentre con ciertas dificultades, son parte de la vida. Si no lo ayudamos nosotros, sus padres, a encontrarse con los primeros desafíos, tarde o temprano se encontrará con ellos igual, y puede que el contraste sea mayor.
Nuevamente, no podemos evitar las situaciones que por el solo hecho de estar vivos en un mundo físico, son parte. No podemos evitar que un niño se golpee, se resfríe, que un amigo lo trate mal, o situaciones similares. Si permitimos que el niño se encuentre con la vida, la acepte con sus luces y sus sombras, estamos dándole salud.
Los desafíos generan fortaleza, refuerzan su voluntad, generan seguridad, incluso en las decisiones erróneas. Cuando por miedo no dejamos que el niño viva ciertas cosas que son parte de la vida, podemos sin darnos cuanta, estar debilitándolo.
En cambio, si la educación, y por ende, las decisiones que tomamos, están basadas en la alegría, el deseo de que el niño conquiste su mundo, lo acepte, lo viva plenamente, que aprenda de las dificultades, que sepa resolverlas, o que no sepa resolverlas, y que aprenda a pedir ayuda, a preguntar, a decir “no sé, no puedo”, mantenemos el estado de equilibrio en su interior.
No olvidemos que los niños que llegan hoy saben a dónde vienen, y si no bloqueamos el conocimiento y potencial que traen, no tendrán ninguna dificultad con el mundo. Y cuando digo "ninguna dificultad" no me refiero a que algunas cosas no les cueste adquirirlas, aprenderlas o aceptarlas, sino que tendrán la capacidad total de vivir en este mundo, apropiarse de él, aportar nuevas posibilidades, y finalmente transformarlo, y crecer junto al mundo.
Autora: Nancy Erica OrtizCreadora del curso "Los Niños de Hoy"
www.caminosalser.com/nancyortiz
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