Nada es lo que realmente parece. El intelecto no puede saber. Su conocimiento es limitado. Sin embargo, hay una parte nuestra que sí sabe. La diferencia entre el conocimiento intelectual y esa sabiduría innata que tenemos es similar a la que existe entre subir a una silla, mirar alrededor y pensar que lo estamos viendo todo y subir a la cima de la montaña y ver el panorama completo. Preferimos hablar con nuestros psicólogos o con los vecinos en vez de hablar con Dios. Tenemos acceso permanente a todo este saber, a toda esta sabiduría que está adentro nuestro, pero preferimos subirnos a la silla y dar opiniones, emitir juicios y expresar nuestros puntos de vista porque es lo que aprendimos a hacer. Estamos adictos a este modo de actuar.
Fuente: http://senderoespiritual.com
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