Érase una vez un zorro que se encontró a un joven conejo en el bosque. El conejo preguntó:
“¿Qué eres tú?”.
El zorro respondió: “Soy un zorro y podría comerte si quisiera”.
“¿Cómo puedes probar que eres un zorro?”, preguntó el conejo.
El zorro no sabía qué contestar, porque en el pasado los conejos siempre habían huido de él sin plantearle cuestiones de este tipo.
El conejo dijo: “Si me puedes mostrar una prueba escrita de que eres un zorro, te creeré”.
Así pues, el zorro acudió corriendo al león, que le dio un certificado de que era realmente un zorro.
Cuando volvió, el conejo estaba esperando y el zorro empezó a leer el documento. Estaba tan encantado que iba saboreando los párrafos con un lento placer. Mientras tanto, habiendo captado lo esencial del mensaje, el conejo se metió rápidamente en su madriguera y nunca volvió a ser visto.
El zorro regresó a la guarida del león, en donde vio a un ciervo conversando con él. El ciervo estaba diciendo.
“Quiero ver una prueba escrita de que eres un león…”
El león le dijo: “Cuando no tengo hambre, no necesito molestarme. Cuando tengo hambre, no necesitas nada por escrito.”
El zorro dijo al león. “¿Por qué no me dijiste esto, cuando te pedí un certificado para el conejo?”
“Mi querido amigo”, replicó el león, “debías haberme dicho que éste te lo pedía un conejo. Pensé que era para un estúpido ser humano, del que algunos de estos estúpidos animales han aprendido ese pasatiempo”.
IDRIES SHAH, en “La sabiduria de los idiotas”.
VÍA PLANO CREATIVO
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