Cuando morimos, por definición, nuestra alma inicia un ascenso hacia dimensiones superiores saliendo de nuestro plano y volviendo así al “hogar” donde se inicia otra etapa de aprendizaje, reposo, preparación para otra vida, etc. El recorrido hacia estos otros planos se hace acompañado de unos guías o seres que trabajan exclusivamente en la “recolecta” y acompañamiento de almas de personas que acaban de fallecer, y se encuentran muy a menudo en sitios como hospitales. Estos seres acompañan al alma fuera de la influencia de la energía de esta dimensión para que puedan cruzar al “otro lado”.
Sin embargo, ocurre (mucho mÁs a menudo de lo que pensamos), que muchas personas mueren en estado de shock, presas del pánico, en situaciones extremas, o simplemente son personas que tienen tanto miedo a la muerte, que cuando fallecen, no quieren o no pueden aceptar que han de irse, y literalmente, no hacen caso de la llamada de estos seres que vienen a recogerla. Estas almas se convierten en espíritus ”errantes” y se quedan, en casi todos los casos, cerca de algún ser o familiar querido, que les sirve de fuente de energía para subsistir como “ente”. Estos espíritus pueden darse cuenta que ha fallecido, pero se niegan a abandonar este plano, por lo que, con el consentimiento o no de aquellos a los que se anclan, se mantienen en los planos inferiores del astral donde sobreviven de la energía del aura de la persona a la cual están enganchados.
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