Jesús, quiero agradecerte porque a pesar de mis infidelidades y mis pecados me seguís eligiendo, seguís dándome el sacerdocio. Y te lo agradezco infinitamente, porque eso es mi mayor tesoro. Todo lo que soy, los momentos más hermosos y plenos de mi vida los he vivido como sacerdote...
Cuando levanto la hostia y mis manos tiemblan de emoción. Cuando atiendo a un enfermo grave y en tu Nombre perdono sus pecados.
Cuando puedo ayudar a mi hermano.
Cuando hago todo es... ¡Soy tan feliz! Por eso, a pesar de mis flaquezas y mis pecados, te agradezco que me hayas elegido. Gracias, Jesús. Pero también tengo que reconocer y pedirte perdón por la falta de alegría que tengo en los últimos tiempos.
¡Me cuesta tanto sonreír, estar en paz y atender a mis hermanos con amor!.
Me estoy volviendo nervioso, impaciente... Me siento desbordado, Jesús.
Siempre hay gente, siempre hay pobres que me persiguen, que me piden, que esperan mi ayuda. Y a veces, te lo confieso, quisiera desaparecer, borrarme de todo y vivir tranquilo, quedarme en mi casa leyendo un libro o mirando una película.
Pero es imposible, me persiguen. Y entonces ya no tengo fuerza para sonreír y atenderlos con amor. Lo peor de todo, Jesús, es que creo que ellos se dan cuenta de lo que me pasa.
Y esto es terrible, Señor, porque no estoy cumpliendo con el mandamiento que, junto con el amor de Dios, resume toda la ley: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Por esto, Jesús, también quiero pedirte perdón.
El padre Ferinello es un ejemplo de entrega, servicio y amor
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