Cuenta Nasrudin que cierto día dos leñadores fueron a ver al juez.
—Venimos de vender la leña en el mercado, explicó uno, y mi colega dice que tiene derecho a la mitad de las ganancias.
—¿No es eso justo?, preguntó el juez.
—Lo sería si hubiera hecho un trabajo honrado, contestó el hombre, pero mientras yo trabajaba con el hacha, él se sentó en un tronco y
no hizo nada.
—Mientes, apuntó el otro. Mientras tú blandías el hacha, yo gritaba: ¡dale!, para animarte.
—Puede haber gritado ¡dale!, pero yo hice todo el trabajo duro, dijo el primero.
—Pero no habrías podido seguir sin mi estímulo, afirmó el segundo.
Escuchada las declaraciones, el juez reflexionó, pero por mucho que se esforzaba, no podía llegar a un veredicto.
—¿Me permite Su Señoría?, íntervino Nasrudin después que hubieran transcurrido varios minutos. Tomó una moneda y la tiró al aire. Cayó al suelo con un ¡clink!
—¿Has oído ese ruido?, preguntó al segundo leñador.
—Sí, contestó el hombre.
—Bien, entonces toma ese ¡clink! en pago por tu ¡dale! y abandona
el tribunal, decidió Nasrudin.
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