Habiéndose colado en el interior del taller de un tintorero un zorro cayó dentro de una tina que contenía una disolución de color rojo. Consiguió salir de la tina y escapar al bosque, pero se llevo consigo el rastro de su visita: su pelaje había adquirido una coloración de un rojo vivo. Su nueva apariencia inquietó e intrigó a los demás zorros del bosque. Valiéndose de esta particularidad, se hizo fácilmente con el poder. Impresionados, los otros zorros aceptaron servirle y venerarle como a un rey. Los días transcurrieron tranquilos y prósperos en su nueva comunidad, pero, con la llegada del invierno, se multiplicaron las lluvias y poco a poco se fue diluyendo el tinte. Los otros zorros terminaron por darse cuenta de que habían sido victimas de un embaucamiento y lo expulsaron.
(Alejandro Jodorowsky, La sabiduría de los cuentos)
Reflexión de Alejandro Jodorowsky:
Confieso que en mi juventud, me enamoré de una mujer magnifica que hacía striptease en una sala de fiestas de Méjico. Cuando por fin conseguí pasar la noche con ella, me llevé algunas sorpresas. Una vez que se hubo quitado los zapatos, perdió buen número de centímetros y su esbelta y graciosa figura desapareció. Cuando, acto seguido, se quitó la peluca, laz pestañas postizas y se desmaquilló, mi gran amor se había esfumado. Gracias a ella, comprendí verdaderamente donde puede llegar a veces la seducción. Más tarde, me di cuenta de que en ciertas circunstancias, yo era comparable a aquella mujer. Para seducir a determinadas personas, me presentaba con peluca, tacones y pestañas postizas. Y cuando mi presentación no producía el efecto apetecido, montaba en cólera y me ponía agresivo. En aquella época, mi vida oscilaba entre la seducción y la agresividad. Dado que no había sido querido ni me habían prestado la atención necesaria en mi infancia, buscaba constantemente ese reconocimiento en los demás y me pasaba los días tratando de seducir o de herir. Por otra parte cuando me mostraba hiriente, no faltaban masoquistas que se unían a mi para sacar provecho de mi cólera y de mi odio.
Por otra parte el odio nace de un amor traicionado. Si no amáis a alguien, no podéis odiarle. Meditad sobre el hecho de que todas las personas que os odian expresan hacia vosotros una demanda de amor no satisfecho. Vivimos ese mismo tipo de situación con nuestros padres: les amamos y les odiamos al mismo tiempo. Les odiamos porque han traicionado nuestra demanda de amor, pero, en realidad, en lo más profundo de nosotros mismos, les queremos con locura. Reconocer este amor enterrado es la mejor forma de liberarse de nuestros odios. Reconocer nuestro amor y reconocer también nuestra capacidad de amar.
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