Si todavía no ves la belleza en ti, haz como el escultor de una escultura que debe volverse bella: le retira una parte, raspa, pule, hasta que despeja las bellas líneas en el mármol. Tú también, retira lo superfluo, endereza lo que es oblicuo, limpia lo que está oscuro para volverlo brillante.
Hazlo hasta que el brillo divino de la virtud se manifieste.
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