Esta es la historia de un hombre que entró en la iglesia, se arrodilló y juntando sus manos hundió su cabeza entre ellas y se quejó. ¡Oh señor, ¿Por qué soy tan desgraciado?.
Mi familia está rota, cada uno anda por su lado, me han echado del trabajo, estoy solo y sin dinero, las ilusiones que tenía vete a saber dónde han ido a parar, de todo aquello que soñé cuando era joven, no se ha cumplido ni un solo sueño, y por si eso fuera poco, siento que me estoy haciendo viejo a pasos agigantados. Para colmo, el médico me ha dicho que tengo que cuidarme pues mi salud no está muy bien que digamos, tengo la tensión alta, el colesterol por las nubes, vamos, que estoy hecho una piltrafa.
Miro a mí alrededor y veo a mis amigos y vecinos felices y contentos, y no puedo más que envidiar su buena suerte. Te lo digo de verdad Señor, tengo envidia, mucha envidia de mis vecinos y amigos, a veces pienso que no lo voy a poder resistir ni un momento más.
¿Por qué me pasa esto a mi?, ¿cómo permites que sea yo tan desgraciado? ¡0h Señor! Ayúdame a superar todas estas calamidades, ¿no podrías aliviar un poco esta pesada carga que has echado sobre mi espalda?
Y todos los días, la misma historia y la misma cantinela ante el altar. Hasta que un día Dios en su infinita misericordia, se compadeció y reunió a todos los infelices en el templo.
Una vez todos los infelices dentro, les invitaron a meter todas sus penas en un saco y dejarlos en la entrada. Así, cada uno de ellos, antes de entrar de nuevo al templo, dejó su saco en la entrada sintiendo un gran alivio al despojarse de sus respectivas penas.
Dios les bendijo y les dio la bienvenida al templo, luego, atendió todos sus ruegos y les ofreció, tal y como pedían, una nueva vida, una nueva suerte:
Les dijo que al salir cada uno fuese cogiendo un saco al azar, y así podrían cambiar su suerte por la del prójimo, esa suerte que tanto envidiaban y codiciaban.
Pero nuestro hombre se fue a prisa y corriendo a recobrar el suyo, antes de que alguien se lo quitase y tuviese que enfrentarse a la sorpresa de cargar con saco ajeno.
No hubiese sido necesaria tanta prisa, pues comprobó como todos los infelices hacían lo mismo, buscar cada uno el suyo antes que el vecino se lo quitara.
Él, como todos, prefería asumir su suerte, que, aunque mala, al menos era suya y conocida, no fuera, que a pesar de sentirse tan desdichado, encontrara peor fortuna y mayores penas en saco ajeno.
VÍA RENUEVO DE PLENITUD
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