Imagina que al nacer sabes que vas a ser un maestro, o una maestra, que eres sumamente poderoso, que posees unos dones inmensos y que lo único que necesitas para poder entregar tus dones al mundo es tu deseo. Imagina que llegas a este mundo con el corazón lleno del poder sanador del amor y que lo único que quieres es entregar ese amor a los que te rodean. Imagina que tienes una habilidad innata para crear y que tienes todo lo que deseas y todo lo que necesitas. ¿Es posible que en algún momento dado en tu vida hayas sabido que no había nadie como tú en el mundo? ¿Y que en cada fibra de tu ser supieras que no sólo poseías la luz del mundo, sino que además eras la luz del mundo? ¿Es posible que en algún momento supieras quién eras a un nivel muy profundo y que te regocijaras en tus dones? Ahora, tómate unos minutos y fíjate si puedes recordar algún momento en el que supieras la verdad sobre quién eres realmente.
Entonces, ocurrió algo. Tu mundo cambió. Algo, o alguien, arrojó una sombra sobre tu luz. A partir de ese momento, temiste que tú y tu preciado don ya no ibais a estar a salvo en el mundo. Sentiste que si no ocultabas tu don sagrado podrían maltratarlo, dañarlo y quitártelo. En lo más profundo de ti, sabías que este don era un niño (o una niña) precioso e inocente que deberías proteger. Entonces hiciste lo que cualquier buen padre o madre: ocultaste tu magnificencia muy dentro de ti para que nadie pudiera descubrirla jamás, para que nadie pudiera hacerle daño o quitártela. Luego, con la creatividad de un niño, la disimulaste. Creaste una actuación, una persona, un drama, una historia para que nadie sospechase jamás que eras el guardián de tanta luz. Fuiste muy listo - brillante, en realidad - al ocultar tu secreto. No sólo convenciste a los demás de que no eras eso, sino que también te convenciste a ti mismo, y lo hiciste porque estabas siendo un buen padre del don que tenías. Era tu secreto, tu secreto profundo y oscuro, que solamente tú conocías. Fuiste tan creativo que manifestaste exactamente lo opuesto a aquello que en realidad eres, para poder protegerte de las personas que pudieran sentirse molestas o furiosas por tus dones innatos.
Pero cuando llevabas días, meses y años ocultando tu valioso tesoro, empezaste a creerte tu historia. Te convertiste en el personaje que habías creado para proteger tu secreto. En ese momento olvidaste que tú habías enterrado tu valioso don. No sólo olvidaste donde lo habías ocultado, sino que además olvidaste que lo habías ocultado. Tu luz, tu amor, tu grandeza y tu belleza se perdieron dentro de tu historia. Olvidaste que tenías un secreto.
A partir de ese momento te sentiste perdido, sólo, separado y asustado. Súbitamente, tomaste conciencia de que te faltaba algo, y así era. El dolor de haberte separado de tu tesoro fue como haber perdido a tu mejor amigo. Dentro de ti, anhelas regresar a tu verdadero Yo, de modo que empezaste a buscar fuera de ti algo que llenara ese vacío y que hiciera que te sintieras mejor. Buscaste en las relaciones, en otras personas, en tus logros y recompensas, intentando encontrar aquello que te faltaba. Buscaste en tu cuerpo y en tu cuenta bancaria, intentando recuperar ese sentimiento. Quizás tú, al igual que yo, te sintieras impulsado por unos sentimientos de falta de valía que estaban en un lugar tan profundo que te pasaste la mayor parte de tu vida buscando frenéticamente algo que te hiciera sentir completo. Pero buscaras donde buscaras, acababas sintiéndote vacío.
Extracto del libro, El Secreto de la Sombra, de Debbie Ford.
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