Un amigo mío explicaba esta historia personal suya, o quizá fuese sólo una parábola. Una vez, decía, estaba yo sentado en un departamento del tren, y un niño pequeño estaba a mi lado y comenzó a hacer preguntas como los niños hacen siempre. Me preguntó: “¿Cuándo arrancará el tren”? Yo sentí la oportunidad y contesté muy serio: “El tren echará a andar cuando nosotros empecemos a empujar”. El niño abrió sus grandes ojos con sorpresa: “¿De veras?”, “De veras”, dije yo. “¿Si no empujamos no arranca?”; “No puede arrancar. Una vez que empiece, ya va por su cuenta, pero para que arranque tenemos que empujar”, le dije. “Entonces vamos a empujar”. “Enseguida; sólo espera un poco a que suban todos los pasajeros. Ya te diré cuándo hay que empezar”. Me fijé en el reloj de la estación para estar al tanto de la hora exacta, vi la luz roja cambiar a la amarilla, oí el pitido del jefe de estación y le grité al niño: “¡Ahora!, ¡Empuja con toda tu alma!” Y él y yo nos pusimos a empujar con todas nuestras fuerzas contra el panel del departamento hacia la máquina. El chico empujaba más y más, hasta que sus labios iniciaron una sonrisa y se le iluminó la cara. ¡El tren se movía! Muy despacio al principio, luego ganando velocidad poco a poco, y al fin a toda marcha. El chico estaba encantado. Viajaba en un tren que él mismo había ayudado a poner en marcha. No podía menos de sentirse satisfecho. Decirle que la locomotora funcionaba a vapor hubiera sido estropearle la fiesta. Ya le quedaría tiempo de sobra en la vida para averiguarlo.
Es bueno para el hombre, es el curso natural de los acontecimientos, es providencial para su desarrollo espiritual que empiece la vida con joven entusiasmo, que se crea que es un héroe, que piense que el tren arranca porque él lo empuja. Eso le hará empujar y trabajar y esforzarse, eso le hará rendir con toda la plenitud de sus facultades. Todo eso es importante para empezar bien y echar a andar. La tragedia llega cuando esa actitud, que es sólo actitud de principiante en la vida espiritual, continúa y se perpetúa de por vida, y el hombre maduro continúa empujando trenes como si fuera un niño. El que comienza con la oración, se lanza a conseguir la santidad personal como un estudiante trabajador se lanza a preparar un examen para sacar buenas notas. Eso va bien para empezar, pero el peligro es que esa actitud de “ejecutivo espiritual” puede convertirse en hábito de por vida y hacer mucho daño. Esa actitud sirve sólo para el primer lanzamiento; pero, si se continúa indefinidamente, pronto comenzará a causar inquietud, frustración y desesperación, con la tentación persistente de echarlo todo por la borda, ya que, por muchos esfuerzos que haga, no consigue nada. Los trenes no se mueven cuando los empujamos.
VÍA SOY ESPIRITUAL
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