Ella
La bestia domesticando al humano.
(Salir debe ser el resultado inevitable de tomar conciencia de estar dentro).
Ya ni siquiera recordaba lo que se sentía al ser deseada, conquistada, querida. Tiempo y tiempo fabricando una historia de amor junto a otro, ella sola.
Reconocerlo fue duro, no tenía cabida en su capacidad de aceptación. Difícil admitir el tiempo invertido en lo absurdo, drenada por intentos que él absorbía y guardaba para sí, sólo para sí, tragándolos y haciéndolos desaparecer. Así que el proceso de despertar fue lento pero, sobre todo, intermitente. En ocasiones con períodos de desesperanza, a veces de lucidez; otros, la mayoría, de desesperación. Y un poso de desprecio.
Él, dormido y hambriento, seguía acercándose en busca de alimento. A veces violento, a veces meloso. Finalmente, el desprecio fue el aura que vibraba entre ambos. A ojos de él, ella le había retirado lo que le pertenecía.
Había que huir de allí, de ese enjambre de miradas hostiles y sonidos punzantes.
Pero su mente no podía configurar la idea de salida. Demasiado sumergida en el tiempo lánguido y cruel.
Su imaginación no podía realizar el esfuerzo de configurar una visión sin la ayuda de su corazón, y éste había olvidado cómo latía al amor.
Buscó un recuerdo. Y pudo vislumbrar situaciones diversas, mensajes, llamadas, risas, pero no pudo conectar la emoción. Entonces pidió ayuda. Soltó su cuerpo al tiempo que advertía su tensión, y cerró los ojos.
En la oscuridad, comenzó a visualizar un resplandor tenue que aparecía y se diluía, una y otra vez, hasta que de más allá de éste surgió una majestuosa, brillante, potente luz que, tras reclamar su atención, desapareció.
Había otro mundo, una realidad de pureza implacable. Sólo pudo, al percibirlo, comprender una cosa: ella no estaba allí, sin embargo aquello le pertenecía. Y un conocimiento se desplegó en su mente:
“Es tu mundo, y de él formas la belleza de éste. Todo lo demás es imaginado, y puede morir en cualquier momento que decidas, pero sólo a expensas de la luz que eres”.
Entonces, se hizo evidente que ese era el ‘lugar’ donde pertenecían sus emociones bellas, la materialización de ellas en esta realidad. ¿Y él? ¿Qué vive él?
“Vive en la oscuridad absoluta, consume tu luz; sin ella no puede sentir que es alguien. Por eso te busca, y por eso lo hace desde el instinto, sin amor. Sólo puede amarte a través de tu amor, por eso es que si no se lo das, él no te lo puede dar a ti. Por eso te has sentido siempre sola con él”.
¿Qué puedo hacer para salvarme, entonces, sin dañarle?, preguntó, en su interior.
“No hay qué dañar. Puedes alimentar eternamente la oscuridad o dejar de hacerlo ahora. Tu búsqueda en este momento es la luz, y ahí está tu amor, pero no le encontrarás a él. Es tu elección”.
¡Quiero la luz! ¡Quiero sentir amor!
En ese momento, dejó de suceder cualquier cosa. Todo era posible, pero nada ‘era’. Tomó contacto con su naturaleza y ¡sí, lo halló!, ¡libertad!, un enorme espacio de libertad en espera de ser recorrido, una comprensión absoluta que llenó todo de perdón, y un incipiente deseo de avanzar hacia otro destino.
Se incorporó. De manera mecánica encendió el teléfono y, pasados unos segundos, sonó un mensaje. Cuando lo escucho supo que había pasado una frontera. Aquella persona había quedado en el cruce cuando emergió la trampa y, tras años, contactaba de nuevo con ella, cuidadoso, tímido, pero, como antes, amable, seductor.
Apagó de nuevo el teléfono para sentir conscientemente. Su corazón palpitó, una vez más, en la vibración de la ilusión y el amor.
Todo había acabado.
Todo empezaba.
Graciela Bárbulo
24 de agosto de 2013
www.gracielabarbulo.com
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