Alejandro Jodorowsky:
Es un tema que tiene muchos matices, y al cual voy a abordar no como un científico sino como un artista. El científico, que no ha podido todavía comprobar la existencia del alma, considera al cuerpo humano sólo como una compleja máquina, un montón de materia impersonal: un órgano es semejante a otro órgano, una víscera es semejante a otra víscera, por lo tanto son intercambiables, siempre que se venza el problema del rechazo celular… Yo creo, no digo que sé, creo que el cuerpo está embebido del espíritu de un individuo: una víscera no es sólo un pedazo de carne con una determinada función, sino también el receptáculo de una energía espiritual perteneciente a un individuo que es único en medio de este universo eterno e infinito. Nada en el mundo es semejante: todo tiene su alma particular… Por supuesto que el ego artificial (creado por la familia, la sociedad y la cultura) es efímero, pero el ser esencial empapa cada célula de nuestro organismo. Cuando una persona decide dar sus órganos, puede ser motivada por una conciencia de alto nivel, por un desprendimiento del narcisismo en beneficio del amor a los otros, por una lúcida responsabilidad social… Pero también puede ser motivada por un oscuro deseo de sobrevivir, como un parásito, en un cuerpo ajeno. Si se trata de la primera persona, el injerto es benéfico, y se comporta como un aliado, benéfico no solo para el cuerpo sino también para el espíritu de quien lo recibe. Si se trata de la segunda persona, el injerto actúa como un vampiro, luchando por acumular la energía vital de su anfitrión, convirtiéndolo en esclavo. Cito el caso del hombre al que le injertaron manos: esto al comienzo le pareció una bendición en su vida. Al cabo de un tiempo odió esas manos, sintiéndolas como enemigas e hizo que se las amputaran. Respuesta de Alejandro Jodorowsky a Plano Creativo
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