—¿No te das cuenta que ya tengo bastantes problemas vendiendo mis propias mercancías para que me pidas que venda también las tuyas? ¡Lárgate, o azuzaré a los perros contra ti!
Aquella misma noche, arrepentido, fue a disculparse por su mal genio y llamó a la puerta de Nasrudin.
—Perdona mi caracter irascible. Si sigues interesado en que venda tu nata, lo haré mañana.
—Esta mañana, dijo Nasrudín, quise darte la nata como regalo, pero tus perros han ahuyentado de mí las buenas intenciones. Ahora, mi corazón está tan vacío como el cuenco.
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