No hay deber más urgente que el de saber ser agradecido. James Allen.
Se trataba de un buen hombre, un judío muy piadoso, organizado y meticuloso. Era apegado a sus tradiciones. A su hijo, siguiendo la costumbre hebrea, le pedía que siempre llevara sobre su cabeza el kipá, un pequeño sombrero que se centra sobre el remolino.
Un día, al llegar a su casa, encontró muerto a su amado hijo. Desesperado por el dolor y el desconsuelo al ver el cuerpo sin vida del muchacho, quien aún vestía el sombrerito, lo tomó entre sus brazos y corrió a una playa.
Empezó a orar, arrodillado, con la frente hacia el sol de colores ocres y amarillos, que, en un imponente atardecer, parecía sumergirse en el océano.
- Dios, mi Señor, -imploraba desde su corazón- devuélvemela vida de mi hijo. Yo he sido un buen hombre, te he servido toda mi vida.
- Señor, -continuaba con intensidad, sujetando el niño sin vida entre sus brazos- estoy dispuesto a hacer lo que sea para recuperar a mi hijo. Te ruego no me despojes de él.
En ese instante, el firmamento se tornó púrpura, las nubes se abrieron vislumbrando un cielo claro, el mar de repente se agitó y una fuerza misteriosa le arrebató al niño de sus brazos.
En un santiamén reapareció, frente a él, el niño vivo, pleno de salud y sonriente. El hombre, feliz, abrazó al muchacho, lo miró de arriba a abajo y dirigiéndose al cielo, dijo en tono de ruego:
- Dios, mi señor, muchas gracias, pero… ¿podrías también devolverme el sombrerito de mi hijo?
Autor Desconocido.
Si la única oración que dijera en toda la vida fuera: !Gracias!, bastaría. Eckhart Tolle.
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