Nos encontramos, en ocasiones, en el centro de un huracán sin darnos cuenta. Nos atrapan las emociones, nos desajusta la pasión, nos engulle el ego, la pertenencia y lo que nos atribuimos como nuestro, lo sea o no.
Seríamos más felices pudiendo mirar por encima de la ira, del rencor, de los celos y las vendettas.
Desde
Platón hasta el momento, muchas son las teorías existencialistas que
nos hablan de la migración del alma de cuerpo en cuerpo. Elegimos una
existencia concreta en la que nos presentamos, cada vez, con un vestido
distinto. Distinto cuerpo, distintos rasgos, distinta forma de usar el
libre albedrío…pero una sola alma decidiendo lo mejor para su evolución
constantemente.
Quienes
así lo pensamos deberíamos tener el camino más fácil. Si efectivamente
solo cambiamos de templo, entonces todo lo que nos suceda a través de él
solo puede tener una misión y un destino: mejorarnos.
Este
crisol no debe empañarse nunca porque esa será la clave para
relativizar lo que en un momento determinado parece invadirlo todo para
destruirnos por dentro. Las circunstancias negativas solo son un pasaje
más. Posiblemente de lo más eficaz para crecer y avanzar. Lo que duele
no se olvida. La felicidad tampoco debería olvidarse pero la relegamos
más pronto al cuarto de atrás en base a la ansiedad de volverla a vivir.
Es como si se esfumase nada más que pasa dejando hueco de nuevo a una
ansiedad perpetua de ella misma.
Cada
emoción negativa, cada dolor, cada vivencia escabrosa, cada retortijón
del corazón es un paso adelante en el trabajo de la mirada amplia sobre
la compasión y la benevolencia con unos mismo y con los demás.
La
comprensión, que nunca es gratuita pero que da unos exquisitos frutos,
es el premio mejor cuando todo ha pasado ya porque no hay mejor
preparación que ello para abrazar de nuevo la felicidad.
VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE
No hay comentarios:
Publicar un comentario