Un día, un sultán convocó a sus ministros uno tras otro. A cada uno de ello les mostró una maravillosa joya finalmente labrada. Le preguntó al primero:
-¿En cuanto estimas esta joya?
-Majestad –respondió el ministro-, por lo menos vale la cantidad de oro que pueden llevar seis mulos.
-Tu evaluación es correcta –dijo el sultán.
Luego le alargó un martillo al ministro y, poniendo la joya delante de él, le ordenó:
-¡Rómpela!
El ministro retrocedió, espantado, y terminó por farfullar personalmente:
-¡Majestad, esto es posible! Pues es un joya inestimable. ¡No puedo hacer semejante cosa!
El sultán le colmó de mercedes y le hizo tomar asiento a su lado. Luego hizo entrar a un segundo ministro que reaccionó como el primero. El tercero, el cuarto y todos los demás hicieron otro tanto. Todos, cubiertos de mercedes, tomaron asiento en torno al sultán que hizo venir, entonces, a su esclavo favorito. Mostrándole la joya, le preguntó en cuánto la evaluación él:
-No sabría decirlo –contestó el esclavo-, pues su valor es demasiado elevado para que yo pueda estimarlo.
-Pues bien, ¡rómpela! –Ordenó el sultán alargándole el martillo.
Sin dudarlo, el esclavo tomó el martillo y trituró la joya del primer golpe. Los ministros se quedaron escandalizados. En cuanto al sultán, lloró de emoción.
-No estoy aquí para negarme a romper una joya y recibir mercedes –se justificó el esclavo-. Obedecer las órdenes de mi amo y señor cuenta mucho más para mí que este objeto precioso.
*
En un momento dado, si queremos progresar y nuestra voz interior, nuestro maestro interior, así nos lo ordena, debemos aceptar sacrificar ciertas cosas por más preciosas que éstas sean.
A veces es merecer sacrificar la gloria, a veces una carrera artística o una pareja o un trabajo importante, etc… Obedecer a la llamada puede costar muy caro.
Alejandro Jodorowsky, en “La sabiduría de los cuentos”
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