La prostituta del pueblo interrumpe de pronto el banquete organizado por un fariseo para agasajar a Jesús. En cuanto la ve, Simón la reconoce y se pone nervioso. Conoce bien a estas prostitutas que se acercan al final de los banquetes en busca de clientes.
La prostituta se dirige directamente a Jesús. No dice nada. Está conmovida. No sabe como expresarle su agradecimiento y rompe a llorar. Sus lágrimas riegan los pies de Jesús. Olvidándose de los presentes, se suelta la cabellera y se los seca. Besa una y otra vez aquellos pies queridos, y, abriendo un pequeño frasco que llevaba colgado del cuello, se los unge con perfume.
El fariseo contempla la escena horrorizado. Su mirada de hombre experto en la ley solo ve en aquella mujer una “”pecadora”” indigna que está contaminando la pureza de los comensales. No repara en sus lágrimas. Sólo ve en ella los gestos de una mujer de su oficio que sólo sabe soltarse el cabello, besar, acariciar y seducir con sus perfumes.
Su mirada de desprecio le impide, al mismo tiempo, reconocer en Jesús al profeta de la compasión de Dios. Su acogida y su ternura hacia esta mujer lo desconciertan. No puede ser un profeta.
La mira de Jesús es diferente. En aquel comportamiento que tanto escandaliza al “”moralista”” Simón, él sólo ve el amor y el agradecimiento grande de una mujer que se sabe muy querida y perdonada por Dios. Por eso se deja tocar y querer por ella. Le ofrece el perdón de Dios. Le ayuda a descubrir dentro de sí misma una fe que le está salvando y le anima a vivir en paz.
Jesús no fue visto nunca como representante de la norma sino como profeta de la compasión de Dios. Por eso, en el movimiento de los que hoy tratamos de seguirle, no necesitamos “”maestros”” que desprecien a los pecadores y descalifiquen a los “”profetas”” de la compasión de Dios.
Necesitamos cristianos que miren a los marginados morales, los desviados y los indeseables con los ojos con que los miraba Jesús.”
VÍA YO EVOLUCIONO
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