El carpintero concluyó otro día de trabajo. Como era fin de semana, decidió invitar a un amigo a beber algo en su casa. Al llegar, antes de entrar, el carpintero se detuvo durante algunos minutos, en silencio, delante de un árbol que había en su jardín. A continuación, tocó sus ramas con las dos manos.
Inmediatamente, su rostro cambió. Entró en casa sonriendo, fue recibido por su mujer e hijos, contó historias, y salió a beber con su amigo en el porche.
Desde allí, podían ver el árbol. Sin conseguir controlar su curiosidad, el amigo le preguntó por lo que había hecho antes.
—¡Ah! Este es el árbol de mis problemas —respondió—. Sé que no puedo evitar tener disgustos en mi trabajo, pero estas preocupaciones son mías, y no pertenecen ni a mi esposa ni a mis hijos.
»Por lo tanto, cuando llego aquí cuelgo mis problemas en las ramas de ese árbol. Al día siguiente, antes de ir al trabajo, los recojo de nuevo.
»Lo más curioso, de todas formas, es que cuando salgo por las mañanas y voy a buscarlos, algunos ya no están allí, y otros parecen mucho menos pesados que la noche anterior».
PAULO COELHO
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