Un discípulo le preguntó a Nasrudín:
—¿Cómo te convertiste en un maestro espiritual?
—Todos nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer en nuestras vidas, pero nunca lo aceptamos —respondió Nasrudín—. Para entender esta verdad, tuve que pasar por una situación curiosa.
»Cierto día, estaba sentado al borde de un camino pensando en qué hacer, cuando llegó un hombre y se puso delante de mí. Para alejarlo, yo hice un gesto, y él lo repitió. Eso me pareció gracioso, e hice otro gesto; él me imitó, y añadió un nuevo movimiento.
»Empezamos a cantar y a realizar todo tipo de ejercicios. Yo me sentía cada vez mejor, y mi nuevo compañero empezó a gustarme mucho. Pasaron algunas semanas, y yo le pregunté: “Dígame: ¿qué es lo que debo hacer a continuación, Maestro?” Y el hombre me replicó: “¡Pero si yo pensaba que el maestro eras tú!”».
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