– Muchas veces, cuando intentamos hacer el bien, nos convertimos en instrumentos del mal –dijo Al-Fahid a su amigo–. Procuro estar siempre alerta, pero hoy he sido utilizado por el demonio.
– ¿Cómo así? ¡Si tú tienes fama de sabio!
- Esta mañana fui a hacer mis plegarias a la mezquita. Respetando la tradición, me quité los zapatos antes de entrar. A la salida me di cuenta de que me los habían robado: he creado un ladrón.
– Pero eso no es culpa tuya –le dijo el amigo.
– Sí es culpa mía. Es fácil despertar el lado malo del prójimo. Es fácil enojar a alguien, sembrar la discordia, levantar dudas, o separar hermanos. El demonio necesita del hombre para realizar sus actos, y por eso soy responsable.
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