Alejandro Rozitchner
Iba en el auto y se me ocurrió esta pregunta: ¿cuánto te gusta gustar? La anoté para desarrollar la idea, y ahora encuentro el momento para hacerlo.
La primera respuesta sería, casi sonando lógica, “mucho”. ¿Quién no quiere gustar, ser apreciado, valorado, deseado, admirado, necesitado? El de gustar parece algo básico, como las remeras blancas.
Pero puede pensarse de otra manera. Si te gusta mucho gustar, en vez de hacer lo que quieres, en vez de vivir centrado(a) en tu deseo, o en tu necesidad, le das demasiada entrada en tu plan íntimo a la consideración externa.
Para decirlo de otra forma: si uno está en contacto consigo mismo y sus necesidades y deseos, el factor “esto les va a parecer bien” o “esto les va a parecer mal” pasa a un segundo o tercer plano. No desaparece, porque los otros siguen presentes y son queridos y necesarios, pero no son colocados por uno (ni se les permite a ellos colocarse) en la posición de evaluadores permanentes de los movimientos personales propios.
Podemos pensar a partir del caso de las mujeres. Las mujeres, tradicionalmente más que los hombres se arreglan para gustar. No importa en este punto si es mera cuestión de época o influencia circunstancial de la sociedad, importa que esa forma existe y es aceptada y global. Sí, se dirá que los hombres también tienen esa prestación, o que la tienen cada vez más, pero es innegable que viven esta forma en un grado menor (y si la tienen en grado mayor, peor para ellos, y para ellas).
Esa producción de belleza puede ser esclavizante, si la mujer en cuestión queda poseída por la mirada del hombre sobre ella. Pero es también un modo de expresión de su deseo, y puede no generar obstáculo. En su forma casi ritual o espontanea no supone necesariamente la presencia de alienación ninguna.
Es una prueba, para las mujeres y para todos: queremos gustar, pero si le damos demasiado valor a ese placer de gustar, desaparecemos.
El que quiere gustar mucho, todo el tiempo, no gusta a nadie. No es, no llega a ser. Se pierde.
El que quiere gustarse a sí mismo, digamos, y oye los postulados de su deseo, su rumbo en la vida, termina por gustar más, aunque haya descuidado esa variable. Vale para los hombres y para las mujeres, claro.
Descuidar la variable de querer gustar lleva a que uno pueda conocer sus móviles auténticos, su profundidad. Es como si uno dijera: después veo a quien le gusto, por ahora adopto la forma más valiosa, mía, sentida, hasta podríamos decir inevitable.
Otra manera más de decirlo: somos el sujeto de nuestra vida o el objeto de la vida de otro (o de otros, imaginarios o reales). Somos los que vivimos la aventura de nuestra vida, o somos actores de reparto de la vida de otros. A veces se siente que ser de reparto es lo único posible, porque hasta tal punto uno depende de la amorosa mirada externa (con suerte, porque la mirada externa que nos genera dependencia puede, además, ser reprobatoria). A veces uno siente que la sombra es la única posibilidad. Pero no es cierto.
Fuente: http://100volando.blogspot.com/
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