‘¿Quien soy yo?’ es la única pregunta que vale la pena hacerse y la única que nunca se responde. Nuestro destino es representar una infinidad de papeles, pero esos papeles no somos nosotros mismos. El espíritu no tiene lugar, pero deja tras de sí una huella a la cual llamamos cuerpo. Un mago no se considera a sí mismo un suceso local que sueña un mundo más grande. Un mago es un mundo que sueña sucesos locales.
Merlín desapareció del mundo de Arturo durante muchos años; sin embargo, un buen día reapareció y salió del bosque en dirección a Camelot. Dichoso de ver a su maestro, el rey Arturo ordenó un gran banquete en su honor, pero Merlín se mostró perplejo y miró a su antiguo pupilo como si nunca lo hubiera visto.
“Tal vez podría asistir, si eres la persona que creo que eres”, dijo Merlín. “Pero, dime la verdad, ¿quién eres?”. Arturo quedó desconcertado, pero antes de que pudiera protestar, Merlín se dirigió a la corte reunida y dijo en voz alta: “Le doy esta bolsa de polvo de oro al que pueda decirme quién es esta persona”. E inmediatamente apareció en su mano una bolsa repleta de oro en polvo. Aturdidos y mortificados, ninguno de los caballeros de la Mesa Redonda se adelantó. Entonces un joven paje se aventuró a decir: “Todos sabemos que él es el rey”. Merlín sacudió la cabeza y expulsó bruscamente al joven de la sala.
“¿Ninguno de ustedes sabe quién es él?”, repitió.
“Es Arturo”, gritó otra voz. “Hasta un idiota sabe eso”. Merlín identificó el sitio de donde venía la voz — del rincón donde estaba una anciana sirvienta — y también le ordenó que abandonara el recinto. Toda la corte zumbaba de confusión, pero el reto del mago no tardó en convertirse en juego.
Comenzaron a oírse varias respuestas: el hijo de Uther Pendragon, el gobernante de Camelot, el soberano de Inglaterra. Merlín no aceptó ninguna de ellas, como tampoco algunas más ingeniosas como hijo de Adán, flor de Albión, un hombre entre los hombres, y así sucesivamente. Finalmente le llegó el turno a la reina Guinevere. “Es mi amado esposo”, murmuró. Merlín solamente sacudió la cabeza. Uno por uno, todos abandonaron el gran salón hasta que quedaron solos el mago y el rey “Merlín, nos has puesto a todos en una situación embarazosa’, admitió Arturo. “Pero estoy seguro de saber quién soy. Por lo tanto, mi respuesta es ésta: Soy tu viejo amigo y discípulo”. Tras vacilar unos segundos, Merlín desechó también esta última respuesta, y al rey no le quedó otra alternativa que salir. Sin embargo, movido por la curiosidad, se dirigió hacia una puerta abierta desde donde podía ver el gran salón. Para su asombro, vio cómo Merlín iba hacia una ventana y lanzaba el oro al aire.
- “¿Por qué hiciste eso?”, gritó sin poder reprimirse.
Merlín alzó la vista. – “Tuve que hacerlo”, replicó.
- “El viento me dijo quién eres”.
- “¿El viento? Pero si no dijo nada”.
- “Precisamente”.
Los magos y los de su especie con frecuencia han preferido no tener nombre ni pertenecer a sitio alguno. No es de su agrado permanecer en un solo lugar, donde podrían llegar a acostumbrarse demasiado a los mortales. “Quien quiera que me llama por mi nombre es un extraño”, decía Merlín. “El hecho de que reconozcas mi rostro no significa que me conozcas”. Los magos se consideran ciudadanos del cosmos. Por lo tanto, el sitio exacto donde se les pueda encontrar es irrelevante.
En la vida mortal, lo que nos limita en primero y último lugar son los nombres, los rótulos y las definiciones. Tener un nombre es útil – nos permite saber cuál es el certificado de nacimiento que nos pertenece – pero no tarda en convertirse en una limitación. El nombre es un rótulo. Define un lugar y una hora de nacimiento, en una determinada familia. Al cabo de unos años, el nombre define que vayamos a una determinada escuela y que después sigamos una determinada profesión. Cuando llegamos a los treinta años, nuestra identidad está encerrada en un cajón de palabras. Las paredes del cajón podrían estar hechas de lo siguiente: “Abogado tributario católico, educado en equis universidad, casado, padre de tres hijos y con una hipoteca”. Aunque es probable que esos hechos sean exactos, son engañosos. Atrapan a un espíritu incondicionado dentro de unas condiciones.
Muchas de esas limitaciones parecen pertenecernos a nosotros, cuando en realidad se refieren únicamente a nuestro cuerpo – y todos somos mucho más que un cuerpo. El mago tiene una relación peculiar con su cuerpo. Lo ve como un haz de consciencia que adopta una forma en el mundo, de la misma manera como las piedras, los árboles, las montañas, las palabras, los deseos y los sueños fluyen y adoptan una forma. El hecho de que un deseo o un sueño no tenga sustancia mientras que el cuerpo es sólido, no perturba al mago. Los magos no tienen el prejuicio común que nos lleva a pensar que ‘sólido” es sinónimo de “realidad”.
El mago no se ve a si mismo como un suceso local que sueña con un mundo más grande. El mago es un mundo que sueña con sucesos locales. No hay fronteras que lo limiten. Los mortales no podrían vivir sin fronteras. Sus cuerpos definen el lugar donde se encuentran – sin cuerpo no podrían ni siquiera saber cuál es su hogar, puesto que el hogar es el sitio a donde va el cuerpo para refugiarse y descansar.
Sin embargo, Merlín no se consideraba un ser sin hogar. Decía: “Este cuerpo es como un nido al cual llegan mis pensamientos, pero entran y salen tan rápidamente que bien podría decirse que viven en el aire”. Suponemos que nuestros pensamientos van y vienen dentro de nuestra mente pero, nuevamente, no podemos demostrarlo. ¿Quién ha visto un pensamiento antes de que aflore? ¿Quién sigue un pensamiento hasta el sitio a donde va después?
Merlín no comprendía por qué los mortales deseaban aferrarse a sus cuerpos. “Está bien decir que esta envoltura de carne y hueso soy ‘yo”’, decía, “pero sólo si esa colina, esa pradera y ese castillo también son ‘yo’”. A los ojos de Merlín, el cuerpo mortal no era mejor que un perchero para colgar las creencias, los temores, los prejuicios y los sueños. Si se cuelgan demasiados abrigos en un perchero, éste desaparece de vista. Eso es lo que los mortales han hecho con sus cuerpos, decía Merlín. Es imposible ver la verdad del cuerpo humano – que es un río de consciencia que corre a través del tiempo -, debido al exceso de peso del pasado que se ha acumulado sobre él.
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