domingo, 27 de febrero de 2011

ÁNGELES DE LA NATURALEZA


Las Hadas: Son de apariencia claramente femenina, y visten con colores blanco y rosa muy pálido, un material refulgente de textura excesivamente sutil. Les llega hasta la cintura y brilla como una madreperla. Las alas aúricas, cuando se materializan etéricamente, son pequeñas y ovaladas.
En una ocasión, mientras estudiaba la vida de los espíritus naturales en la campiña de Lancashire, escribe G. Hodson, un algo avanzado espíritu natural del aire, asociado con el reino vegetal, me proporcionó una interesante exhibición de la encantadora influencia que pueden ejercer ciertas clases de hadas sobre quien se aproxima a su dominio. Mi constancia de la experiencia dice lo siguiente:
Un hada bella y altamente evolucionada está asociada con un seto de zarzas en el que florecen profusamente rosas silvestres. Es de carácter especialmente atractivo, y su estatura, de unos 1,219 m. Viste un leve atuendo fluido, transparente, sutil y áurico, y nos contenla con la más amistosa de las sonrisas. Su aura es destacadamente vital y parece una nube de matices muy suaves pero radiantes, a través de los cuales emanan y destellan dardos de luz encandilante. Los colores incluyen el rosa pálido, suave y luminoso, el verde pálido, el color lavanda y el azul nebuloso, a través de todos los cuales se proyectan brillantes danzas luminosas. Se halla en un estado de exaltada felicidad.
Como experimento, cedí en parte al hechizo que deliberadamente ejerció sobre mí y al seductor llamado con que me invitó, o mejor dicho, incluso me desafió, a abandonar el mundo de los hombres y compartir con ella, y con otras de su especie que se mecían en las cercanías, la irresponsable alegría del Reino de las Hadas. Durante un lapso, casi inconsciente del cuerpo, pero siempre lo suficientemente despierto en él como para retornar a voluntad, experimenté en alguna medida la radiante felicidad, jubilosa y despreocupada, que parece ser el estado permanente de todos los que moran en el mundo “feérico”. Un contacto muy estrecho implica peligro, pues requiere un decidido esfuerzo abandonar y volver a tomar una vez más la carga – tal como entonces me pareció – de la existencia física.

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