Tomado de Crónicas del Reino del Dragón Eterno, siglo XIII
Lu Dse Yan enamoraba a la hija de un funcionario de estado; pero la muchacha tenía quince años menos que él.
Lu Dse Yan no era viejo precisamente: contaba 30 años, y era un joven erudito autor de un tratado sobre cómo evitar las inundaciones en los campos.
-Lo que pretendes es imposible -le dijo un día Lin Po, la hija del funcionario-; yo tengo 15 años, y tú, 30. Demasiadas primaveras nos separan.
-Realmente no es mucha la diferencia -contestó Lu Dse Yan-; cuando tú tengas veinticinco años, yo tendré cuarenta, y la gente no podrá menos que alabar la buena pareja que formaremos.
-Cuando tú tengas 45 -respondió la muchacha-, yo tendré apenas 30, y la gente no podrá menos que decir:” Mirad que pareja: ella joven, el viejo.’
-Cuando tú tengas 45-afirmó el joven erudito-, yo 60, y para entonces no habrá quien sospeche de la diferencia de nuestras edades.
-Cuando tengas tú 65-dijo de nuevo ella-, yo tendré 50, y deberé de ayudarte a caminar.
-Cuando seas tú la que tenga 60, celebraré yo mis tres cuartos de siglo llevándote al Templo de Confucio en Ch’u-fu.
-Si llego yo a esa avanzada edad-contestó ella-tú tendrás ya 90 años y deberé alimentarte como a un niño.
-De cumplir tú los 85, seré yo quien te ilumine con Tao.
-Para entonces -replicó la dama- estarás en los cien años, y pasarás el tiempo tendido al sol, sin ánimos para nada.
-Entonces -terminó Lu Dse Yan- la gente habrá dejado de pensar en la diferencia de edades, y sólo exclamará:” Mirad a ese viejo erudito y su vieja mujer: Ambos se cuidan y se aman, como si fueran novios.’
Y entonces el Nieto del Cielo y la Doncella Tejedora, al juntarse
el séptimo día de la séptima luna en la Vía Láctea, harán que podamos quedar como marido y mujer de encarnación en encarnación.
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