Hay momentos para todo en la vida, pero sí que es cierto que hay personas que en determinados períodos de su vida tienen un deseo imperioso de viajar, de conocer mundo, o quizá creo yo, de conocerse a sí mismo, porque el viaje te acerca a una dimensión desconocida de ti mismo. Tanto es así, que muchos lo dejan todo, su casa, su familia, su trabajo y se echan la mochila a cuestas y comienzan su particular viaje, porque para viajar sólo hace falta ganas e ilusión, y si se tienen unas perrillas ahorradas pues mucho más cómoda será nuestra aventura.
Yo siempre digo que para conocerse a uno mismo no hace falta viajar ni lejos, ni cerca, pero sí que es cierto que viajar es una de las actividades que te aporta conocimiento de la cultura del lugar, hace que conozcas personas distintas a ti, te permite disfrutar de lugares o enclaves preciosos que tiene nuestro planeta, y por supuesto ver a tu otro yo, tu yo en la soledad, en las dificultades, en las resoluciones, en el compañerismo. Te permite desarrollar tu personalidad, esa que quizá hayas escondido, o quizá el viaje, te haga replantear otra realidad u otra forma de vivir. Para muchos viajar es aventurarse a lo desconocido y eso al mismo tiempo que atrae tiene su contrapartida, es la paradoja del viaje…, viajar para llegar al centro de uno mismo.
Viajar nos hace volcarnos hacia el mundo y abrir los brazos para abrazar lo desconocido, lo nuevo, lo exótico. No es absurdo pasar por los vericuetos de un viaje, todo lo que nos ocurre durante el viaje es la misma experiencia de vida. En cada lugar buscamos hogar, pero cada lugar nos aporta un estado mental, un estado de conciencia, de permanencia, de impermanecia, cada lugar imprime en nosotros todo un prisma de luz que varía conforme avanzamos por cada lugar en nuestro trayecto.
Siempre me ha parecido muy iniciática la relación del hombre con los viajes, con la peregrinación, con lo nómada. Y Si hay algo tremendamente atractivo en los viajes es la incerteza, la sorpresa, y para calmar ese desasosiego que produce el no saber lo que va a encontrarse uno hay que dejarse llevar por las “causalidades”, por los signos, por la coincidencias, por las corazonadas, en realidad cuando tú activas ese dejar fluir, estás poniendo a funcionar una herramienta que muchos tienen olvidada, la brújula metafísica del viajero .El hombre a lo largo de la historia se ha trasladado de territorio para mejorar, para encontrar el mejor clima o el suficiente alimento etc…
Somos ciudadanos del mundo. El amor al otro es la clave, no hay nada que nos distinga, nada que nos separe, “todos somos viajeros en este mundo y vamos al encuentro de nosotros mismos”, así lo dijo infinidad de veces y lo proclamo en mi blog. Y la máxima consigna de un viajero espiritual es la de vivir cada instante al máximo, extraer de cada momento la vida para crecer, para comprender, para ponerse en el lugar del otro, no importa más que esas pequeñas cosas que normalmente en nuestra vida cotidiana pasan desapercibidas y que fuera de nuestro hogar son las perlas y la esencia del momento. Sentirse libre, sentirse nómada, hace que te fusiones con el lugar y que te fundas con él y con sus gentes, con el cielo y con la estrella nocturna que te guía por la travesía de la vida, del mismo viaje.
El viajero es un trotamundos circular amando la diversidad y como un derviche giróvago descubre que la belleza está en todas partes… que une su mente y su corazón en el camino de la vida y sólo y desde este centro del centro, el viajero vuelve al hogar porque el hogar está en todos los lugares donde él se encuentre.
©LUHEMA
Artículo publicado en la revista digital "Letras y Algo Más" del mes de mayo de 2013
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