Una vez un rey de Persia se había mandado a hacer un anillo con una piedra preciosa engastada. Cierta tarde, aburrido de la vida, se dirigió a la mezquita de Musalla, cerca de Shiraz, ordenó a sus soldados que colocasen el anillo en lo alto de un poste de madera y convocó al pueblo:
—Quien consiga disparar una flecha que pase por el centro del anillo lo ganará de regalo, junto con cien monedas de oro.
Cuatrocientos arqueros se ofrecieron para tirar sus flechas. Todos lo hicieron. Y todos erraron.
Cerca de allí, un joven estaba jugando con su arco cuando una de las flechas se desvió con el viento y fue hasta la mezquita, atravesando el centro del anillo.
El rey le entregó la joya y las monedas de oro, y sus cortesanos lo llenaron de regalos. En cuanto el joven salió del palacio, lo primero que hizo fue quemar su arco y sus flechas.
—¿Por qué haces esto?— le preguntó un noble que pasaba.
—Porque un hombre tiene que entender que a veces la suerte llama a su puerta, pero no debe dejarse tentar porque ella lo engañe, y termine convenciéndole de que tiene talento.
PAULO COELHO
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