Se dice que cuando permanecemos anclados en el pasado, reviviendo una ofensa que alguien acometió hacia nosotros y la rememoramos en nuestra mente una y otra vez, lo que en realidad estamos creando es un pensamiento, que, tarde o temprano, se convertirá en emoción y esa emoción en biología, es decir, tendrá su claro reflejo en el cuerpo físico.
Por ese motivo es fundamental, no sólo hacer limpiezas de armarios y estancias con el fin de airear las prendas y tirar las que ya no usamos, sino que se impone también, de vez en cuando, hacer limpieza mental y emocional.
No conozco mejor método para eso que la meditación…con el trabajo de interiorización uno puede descubrir cuál es la causa del conflicto, qué ocurre en realidad dentro de nosotros mismos para si, posteriormente se quiere, sanarlo.
Este trabajo deviene fundamental si no nos queremos pasarnos la vida respondiendo de modo exacto e inconsciente ante determinadas situaciones, ya que esa biología, esas células conformarán nuestra personalidad y por ende, nuestra reacción ante los sucesos y, en ocasiones, ante un hecho aparentemente nimio e intrascendente, podemos vernos reaccionando de modo extraño o desproporcionado sin comprender “conscientemente” el porqué.
Así, hace tiempo comentaba con unas compañeras de trabajo que yo todavía no había visto una determinada película: “- Cómo??? No las has visto? No puedo creerlo, no tienes perdón”.
Ese comentario, absolutamente inofensivo, llegó y caló en mi ser…algo dentro de mí se activó, mi memoria histórica, mi cerebro límbico, ése que guarda un detallado extracto de lo vivido, reaccionó, el piloto se puso rojo y sentí lo mismo que sentía años atrás cuando en mi familia se nos juzgaba –quizá también de modo inocente e inconscientemente - por no saber esto o aquello: “-cómo? no sabes esto?- no me lo puedo creer.- cómo es posible? no doy crédito”.
Al escuchar esas frases el cuerpo se pone tenso, se alerta y su discurso mental comienza a reaccionar: bien, no lo sé, tengo que saberlo, mi ego precisa hacer de todo lo que esté en su mano para lograr ese conocimiento, para lograr un reconocimiento, para ser “alguien”.
En otras ocasiones, no se trata de un "saber" lo que el ego necesita sino cualquier otro objeto que represente para él - o que a su juicio otorgue frente a los demás- poder, respeto, prestigio, posición.
Sucede que un día la vida – en esa amalgama de situaciones y relaciones que vamos entretejiendo- decide “arrebatarte” ese objeto de poder…ese coche, esa casa, esa relación, ese trabajo… eso que no eras tú pero en lo que tú habías depositado tanta confianza como si de una extensión de tu ser se tratase...y, al sentir la pérdida, el abandono, la ruptura… uno se siente sencillamente vacío y miserable.
Vacío, porque aquello que creía que era ya no lo es, y uno debe recomponer las piezas de nuevo de puzzle tomando cuidado en, esta vez, escoger las piezas verdaderas, las únicas que se hallan en nuestro interior, pues todo lo demás, es accesorio, prestado y temporal.
Miserable, porque al perder ese objeto se pierde identidad, con lo cual la persona se siente que es “menos” ahora que antes, siente ha perdido una parte de su ser y por tanto, su valor personal es ahora menor.
Si el objeto de poder es precisamente eso, un objeto, la situación es más fácil de asimilar y superar porque, tarde o temprano, la mente comprenderá que aquello en lo que ha depositado parte de su ser y de su verdad no es tal… el problema surge cuando el objeto de poder es el propio Poder.
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