Decididamente hay que plantar. Si sembramos, algún día recogeremos pero no podemos pedir frutos sin antes haber derramado sobre la tierra las semillas necesarias. El terreno más fértil está en el centro de nuestro pecho, desando recoger y fructificar, clamando por que otro corazón le de la señal de cercanía y conecte súbitamente con su vibración amorosa. Es fácil exigir a los demás. Es sencillo reclamar que nos quieran; es incluso reconfortante sentir que otros nos esperan para depositar su simiente en el núcleo mismo de nuestro amor y arrasar con todo mientras fructifica. Sin embargo, nos cuesta ir por delante del otro y ser los primeros en ofrecernos. Plantar semillitas de afecto debe convertirse en un hábito, uno de los mejores por el resultado que obtendremos de vuelta. Se trata de poner en marcha nuestra mirada más dulce, la mejor sonrisa o ese saludo amable que tiende alfombras y abre puertas a su paso. Interesarnos por los demás, ofrecer nuestra ayuda o empatizar con el que tenemos delante nos permite ir sembrando felicidad a nuestro paso. No todos lo merecen, podemos pensar. No todos van a responder de la misma forma, ni todos serán capaces de entender el alcance del afecto que les hacemos disponibles. Es cierto. Pero no importa. Todo lo que salga de nuestra intención, lo ajeno es mera opinión y nada que deba afectarnos. Por sistema, yo procuro ser amable y afectuosa. Si las personas que se cruzan en mi vida no lo entienden o no lo quieren, nunca será una pérdida porque me habré ganado a mi misma una vez más sabiendo que tengo la puerta abierta del corazón y una disponibilidad amplia para que quien conecte conmigo pueda pasar. Sigo sembrando. Quiero vaciarme hasta del afecto porque he entendido que cuando se reparte amor siempre se multiplica y nunca disminuye. Las paredes de mi corazón se dilatan más cada día por si la gente que perdí en el camino u otras nuevas, vienen a reposar en él. Aquí estoy. Esperando recoger la cosecha del amor.
FUENTE: MIRAR LO QUE NO SE VE
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