por Hortensia Galvis
LOS APEGOS
Nos han enseñado a estructurar la vida como si las circunstancias fueran permanentes, como si la existencia ideal consistiera en amarrarse a una experiencia estática, donde la realidad fuera inmutable. Aprendimos a buscar estabilidad para hallar felicidad. Y esta creencia falsa nos ha llevado a apreciar más la rigidez de la muerte que la fluidez del movimiento de la vida. La tendencia marcada a querer repetir lo conocido es hoy el obstáculo más grande que tiene un hombre para alcanzar su apertura de conciencia, y representa una fórmula muy eficaz para producir estancamiento.
La vida marca ciclos de aprendizaje. Cuando uno de ellos se completa y todo se derrumba, debemos tener la sabiduría de seguir adelante sin mirar atrás. La experiencia bien vivida se entrega para liberarnos: dejamos ir nuestra infancia y la relación de dependencia a los padres; la adolescencia y el despertar de la primavera. Muchas veces quedan atrás también las relaciones de pareja, porque el compañero muere o se divorcia. Los hijos se van del hogar y dejan un vacío. Para todos nosotros hay tiempos de abundancia y de escasez; de alborotada juventud y de soledad en la vejez.
En la naturaleza solo el hombre no acepta bien el cambio y la separación. Parece no saber que para poder avanzar es preciso soltar. Por eso, cuando la realidad cambia, el ser que no es capaz de vaciarse de lo viejo, se queda rezagado. Nadie nos enseña que hay un trabajo conciente que hacer, para liberarse de las ataduras del pasado y deshacerse del exceso de equipaje, antes de continuar la marcha. Un ciclo de vida concluye y la realidad cambia, pero la mayoría de los individuos se quedan atorados en la añoranza del recuerdo, y se niegan a contemplar el regalo de un nuevo amanecer.
Cuando existe una dicotomía entre lo que es y lo que uno desearía que fuera, se crean estados de angustia, insatisfacción, dolor, miedo y resentimientos que deben ser sanados. El individuo, que vive fragmentado, debe volver a la unidad, y ésta sólo se alcanza sabiendo cuál es la enseñanza evolutiva escondida tras cada ciclo de experiencias. Cuando lo conocido se derrumba y el horizonte cambia, es importante preguntarnos ¿qué debo aprender ahora? ¿Cuál es la razón para que el universo me haya colocado en esta situación?
Para disolver apegos es necesario un cierre. Lo que quedó atrás y ya no tiene validez, no debe ser alimentado con la energía del pensamiento por más tiempo. No es posible avanzar por el camino con la mirada fija en el espejo retrovisor. Cuando hay obsesión con imágenes repetitivas, que vienen del pasado, es señal de que todavía queda algo pendiente por disolver y transformar. Entonces, con la ceremonia del perdón sanamos viejas heridas, aquellas que sólo con el roce del recuerdo sangran nuevamente. También podemos trabajar en la aceptación de la desaparición de un ser querido. O reconsiderar nuestras quejas, que seguramente se reducen a que alguien cercano a nuestro corazón no cumplió bien con el rol que le asignamos. En este último caso hay que comprender que la culpa es sólo nuestra, pues nuestra es la tarea de aceptar que cada ser nace con el derecho y la libertad de ser él mismo.
Cortar los lazos del pasado también significa renunciar a los resentimientos generados cuando las metas humanas previstas no se cumplen. A veces, la vida tuerce nuestro destino para darnos la oportunidad de realizar una misión evolutiva trascendental, que el ojo humano no ve, porque el cerebro no conoce.
La práctica espiritual que hoy proponemos será la de disolver todos los apegos. Que cada ser construya con estas bases su ritual sagrado de destrucción, para que, con esa liberación, el camino de la Ascensión se haga posible. Porque la cuna de la nueva conciencia es el vacío….
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