por Hortensia Galvis
“Un beso de amor transforma a un horrible sapo en hermosísimo príncipe”. “Después de permanecer dormida muchos siglos, una bella joven despierta al besarla su príncipe azul”. “Una sirvienta andrajosa y sucia, llamada Cenicienta, se convierte en princesa”. Todos estos temas, de cuentos infantiles, relatan una misma alegoría: la fusión del cuerpo físico con su contraparte: el espíritu.
“Ser felices para siempre” es el final natural de cada historia. Y así debería ser en todos los casos, sin embargo…. ¡en la vida real esa promesa no se cumple! El sistema de creencias condiciona al individuo a buscar en el plano físico, “si encuentras la pareja ideal, serás feliz para siempre”. ¡Y lo que la vida le proporciona es muy distinto! Es posible que aparezca esa relación soñada, pero vendrá como una oportunidad de aprendizaje, tal vez erizada de conflictos y dificultades.
Lo que los cuentos infantiles hablan es de lo trascendente. En sentido figurado narran el encuentro entre la materia y el espíritu (o yo superior). El sapo, la cenicienta, o la bella durmiente representan al cuerpo físico, que es ignorante y busca la sabiduría. Mientras que “el príncipe azul” simboliza al espíritu, siempre a la espera de que se complete el desarrollo evolutivo de ese ser, vestido de materia, para tomarlo como su consorte.
Dicen los cuentos para niños que la única condición para que se efectúe la trasformación es “recibir un beso de amor”. Pero el amor no existe cuando el humano vive contrariado, tratando de cumplir metas ajenas, que el sistema vigente se ha encargado de enquistarle en la conciencia. ¿Cómo puede haber amor dentro de un ser que vive embolatado, distraído y muy frustrado? Tampoco surge el amor desde las emociones y los apegos, que son, más bien, la vía más rápida hacia el sufrimiento.
La búsqueda de la felicidad es el señuelo que te pone la vida, para que aceptes fluir con cada experiencia. Funciona como algo parecido a la zanahoria que le colocan al caballo, para que continúe su marcha. Tu camino del despertar es largo y el trabajo es arduo, porque el espíritu no desciende, sino que eres tú, el humano, quien debe elevarse hacia su encuentro.
Cuando te comprometes contigo mismo a: aceptar, valorar y respetar al otro por lo que es, sin pretender cambiarlo, ni juzgarlo, ni criticarlo…. Cuando vives cada experiencia, por dura que esta sea, con la convicción de que está ahí para dejarte enseñanzas muy valiosas…¡ trabajas en la dirección correcta! Por ese camino lograrás una forma de equilibrio, un estado de ser, una elevada frecuencia, a la que denominamos “amor incondicional”.
En el momento en que vibres en “amor incondicional” rasgarás las dimensiones y tu cuerpo mismo llamará al espíritu. Con el toque mágico del “príncipe” despertarán los códigos de luz de tu ADN, que han estado dormidos mucho tiempo. Su amor se unirá al tuyo, y juntos se fundirán en una misma conciencia. A este matrimonio alquímico le llamamos iluminación, o “la resurrección de la carne”.
Cuando hayas pasado por esta iniciación suprema, asumirás tu verdadera identidad. Recordarás que perteneces a un linaje de realeza cósmica, que eres un hijo de Dios con el poder para crear su propio destino. Entonces escucharás internamente una voz muy suave, que te arrulla: "Porque estabas totalmente vacío, has hallado plenitud en la totalidad. Ahora, en conciencia plena y comprensión sin límites, tienes tus instrumentos muy bien calibrados, para servir al universo. Haz dado todos los pasos para conquistar la lejanía, ahora tú y yo, unidos, seremos felices para siempre."
Fuente: www.de2haz1.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario