A mediados de 1970, cuando estaba a punto de terminar su doctorado en física, el científico Ste-phen Hawking –que ya entonces sufría una enfermedad que lo iba paralizando– escuchó de boca de un médico que le quedaban dos años de vida. “En ese caso procuraré entender el Universo, puesto que ya no voy a necesitar pensar en cuestiones como la jubilación o las cuentas por pagar”, reflexionó.
Como la enfermedad progresaba rápidamente, se vio obligado a crear fórmulas simples para explicar –en el menor tiempo posible– todo lo que pensaba. Pasaron dos años y medio, y después transcurrieron otros treinta años, y Hawking continúa vivo. Consigue comunicar sus ideas abstractas a través de un pequeño ordenador acoplado a su silla de ruedas que dispone de apenas quinientas palabras diferentes. Escribió el clásico Breve historia del tiempo, y fue el responsable de una nueva visión de la física moderna.
La enfermedad, en lugar de conducirlo a la invalidez total, lo forzó a descubrir una nueva manera de raciocinio.
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