Por aquél entonces la comarca entera sufría de sed. Los hombres vivían sedientos. Como en pleno desierto. Para obtener el tan preciado líquido, solían salir fuera de casa. Se les había dicho de varios sitios a donde había que acudir para calmar la sed.
En algunos sitios encontraban agua sí, parecía limpia y pura. La bebían, pero al poco rato la sed arreciaba. Los desesperados peregrinos proseguían su camino. De pronto, en medio de ese árido y desértico sendero, creían ver un oasis. Corrían hacia él y, sin más pensarlo, apuraban a sus labios aquél líquido sin mayores miramientos. Muchas veces era agua pantanosa, de charcos, agua estancada ahí después de varios días… y la sed de los hombres no se saciaba.
Corrían de un lado a otro. Creían que si iban en grupo les sería más fácil encontrar ese gran manantial que buscaban. Sin embargo, todos esos seres bebían y bebían de esas aguas encontradas en fuentes externas y, entre más bebían, más sedientos parecían quedar.
De pronto hubo un gran revuelo. Apareció una fuente que comunicaba hasta el último confín de la comarca. Se alimentaba de muchas otras fuentes para abastecer la creciente sed de los también crecientes sedientos alrededor del mundo.
Y muchos bebían e, igualmente, más trataban de saciar su sed acercándose a tantas ramificaciones de la fuente ahora disponibles. Entre más “bebían”, mayor era la angustia y la zozobra. La verdadera satisfacción ante esa sed, no se lograba nunca.
Un buen día, agotado de tanto buscar fuera de casa, de haber recorrido ya no sólo la comarca entera, sino de haber llegado incluso a otros lejanos confines, cierto peregrino alcanzó a ver allá, hasta el fondo de su abandonado jardín, dentro de sus propios dominios, una singular apertura.
La tarde caía, apacible y tranquila. El silencio reinaba en el ambiente. Al descubrir ese inesperado pozo, el peregrino comenzó a extraer agua, pura, cristalina, un líquido vivificante que nunca sospechó que estuviera ahí, tan cerca de él, y que le saciaba hasta el fondo del alma.
Corrió a participar el hecho a los vecinos. Los que más se interesaron, comenzaron a descubrir que también ellos, en el fondo de su jardín, oculto tras la quietud y la calma, poseían un profundo pozo, capaz de darles ese vivificante líquido, básico para existir. Sólo algunos estuvieron dispuestos a descubrirlo y explorarlo.
Hoy en día, hay quienes siguen buscando fuera de casa el agua de vida pura. Por fortuna, son cada vez más los que están abriendo lamirada interna para descubrir que el manantial real y profundo que sacia la sed de respuestas ante tanta zozobra y tribulación imperante allá fuera, está muy cerca de ellos.
Han comprobado que nunca tuvieron que ir lejos, ni siquiera salir de casa, para encontrarlo. Que la verdadera fuente, el auténtico einagotable pozo de sabiduría, está oculto ahí mismo, en su interior. Están, por fin, bebiendo de aguas profundas…
Elvira G.
elviraje99@gmail.com
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