Entre todas las poderosas armas de destrucción que el hombre ha conseguido crear, la más terrible -y la más cobarde- es la palabra.
Los puñales y las armas de fuego dejan vestigios de sangre. Las bombas dañan la estructura de los edificios y de las calles. Los venenos acaban siendo detectados.
Pero la palabra destructiva despierta el Mal sin dejar pistas. Los niños son influenciados durante años por los padres; los artistas son criticados despiadadamente; las mujeres son sistemáticamente machacadas por los comentarios de sus maridos; a los fieles, aquellos que se juzgan capaces de interpretar la voz de Dios, los mantienen lejos de la religión.
Es bueno analizar si por algún casual estamos utilizando esta arma y si alguien está , asimismo, utilizándola contra nosotros. No podemos permitir
ninguna de las dos cosas."
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