Pedro compartía vida con su gato desde hacía unos cuantos años y se sentía muy unido a él. Por motivos de trabajo tuvo que viajar un par de semanas, y como no quería dejar el gato con cualquiera, le pidió a su hermano que lo acogiese en su casa durante su ausencia. El hermano aceptó sin problemas, pese a ello Pedro le recordó lo muy unido que se sentía al gato y que quería que tuviese el mejor trato posible.
Pasada una semana de convivencia con el hermano, el gato, durante una de sus excursiones de exploración por los alféizares de las ventanas, cayó a la calle y murió.
Ahora el hermano tenía ante sí la dura tarea de llamar y comunicar la muerte de un ser querido.
- Hola Pedro, mira, llamo para decirte que gato ha muerto.
- ¡¿Qué?! ¿Qué ha pasado?
- Pues que se ha muerto. Salió a la ventana y se cayó.
- ¡Joder! Pero esto no me lo puedes decir así, tan bruscamente...
- ¿Y cómo quieres que te lo diga? El gato ha muerto. Es lo que te tenía que decir.
- Sí, claro, pero podías haber preparado el terreno. Por ejemplo, podías haberme dicho que el gato estaba en casa y que estaba curioseando por la ventana, y que la ventana estaba abierta. Entonces el gato dio un mal paso y cayó a la calle. Con tan mala suerte que como tu vives en séptimo piso no sobrevivió a la caída a pesar de que le llevaste corriendo a un veterinario. De esa manera hubieses recogido mucho mejor mi dolor, ¿me entiendes?
- Creo que sí.
Pasados unos meses de la muerte del gato murió la abuela de ambos. La familia pidió al hermano que se lo dijese a Pedro, que estaba de viaje y que tenía una relación muy especial con la abuela.
- Hola Pedro.
- Hola, ¿qué tal todo?
- Bueno, para eso te llamaba... Mira, es que la abuela estaba curioseando por la ventana...
En ocasiones no es suficiente con que asegurarnos de que el mensaje sea oído, también hemos de asegurarnos de que ha sido comprendido.
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