Luz es solo una palabra-símbolo que pretende mostrar un grado diferente de consciencia. Consciencia no significa inteligencia, sino tener una posición privilegiada para ver y entender los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor. Es como cuando en un documento de word o cualquier otro programa de diseño le das a la opción “ver caracteres ocultos”. De repente se despliega un mundo paralelo, unas “capas” que siempre han estado ahí pero que no eran del todo visibles excepto cuando tecleas esa opción. Si seguimos buscando más caracteres ocultos, de repente vemos que todo está encriptado en un idioma o código HTML o Javal ininteligible excepto para los iniciados en esa materia, en ese idioma. Desde esas capaz o realidades o códigos puedes “ver” los lazos que conectan todas las palabras y las cajas que las contienen, los caracteres ocultos que producen negritas y cursivas y tabulaciones y dan forma no solo al contenido, sino al continente. Este paralelismo sirve para lo que llamamos realidad. Existen personas capaces de leer ese código secreto al que lo antiguos llamaban el “Liber Mutis” y además, son capaces de modificarlos para crear nuevas realidades, “nuevas capas”, nuevos enlaces.
Tener consciencia, tener luz, no es más que la capacidad de “ver” ese otro orbe que siempre ignoramos por nuestra constante sumisión a la realidad ordinaria. De ahí la necesidad de rebeldía metafísica. Pero, ¿qué ocurre cuando “vemos” ese orden? Que entendemos el caos aparente y que por lo tanto deseamos ser partícipes del Orden mayor, “del Propósito que los maestros conocen y sirven”, como dice el viejo adagio, un propósito que pasa por hacernos más humildes, más sencillos, más compasivos y transparentes para que la luz nos atraviese y pueda llegar a otros. Y es ahí cuando nos convertimos en “creadores”, en luminarias, en “tejedores de luz“. Recuerda el viejo ritual: “luz, más luz”. Eso es todo.
VÍA CREANDO UTOPÍAS
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