En un pueblo de la provincia de Izumo vivía un campesino tan pobre que cada vez que su mujer daba a luz a un hijo, lo arrojaba al río.
Seis veces renovó el sacrificio. Al séptimo alumbramiento, consideróse ya suficientemente rico como para conservar al niño y educarlo.
Poco a poco, con gran sorpresa suya, fue encariñándose con el pequeño.
Una noche de verano encaminóse a su jardín con el infante en brazos. Este tenía cinco meses.
La noche, iluminada por una luna inmensa, era tan resplandeciente que el campesino exclamó:
—¡Ah, qué noche tan maravillosamente hermosa! Entonces el niño, mirándolo fijamente y expresándose como persona mayor, dijo:
—¡Oh, padre, la última vez que me arrojaste al agua, la noche era tan hermosa como ésta, y la luna nos miraba como ahora . .!
Leído en el Libro de la Imaginación de Edmundo Valadés, original de Lafcadio Hearn.
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