Se jactaba un hombre ateo de su ateísmo. Su argumento favorito era así de simple:
-No creo en Dios porque nunca le he visto.
Alguien le respondió:
-Con esa lógica, me imagino que usted no aceptará la existencia de la inteligencia. ¿La ha visto alguna vez?
El otro tuvo que reconocer que no. Pero es evidente que por las obras se manifiesta.
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