Un día, Nasrudin se moría de ganas por comer una fruta, así que se escabulló en una huerta, trepó a un árbol y comenzó a comer toda la fruta que alcanzaba. Al poco rato, el dueño apareció y le preguntó enojado:
- ¿Qué haces allí arriba?
Nasrudin, tratando de librarse, le contestó muy dulcemente:
- Oh, señor, soy un ruiseñor y sólo estoy aquí cantando.
Al hombre le pareció graciosa la ocurrencia y rió, diciendo:
- Así que eres un ruiseñor, eh. Entonces déjame oír tu canto.
Nasrudin comenzó a hacer muecas y sonidos extraños. El dueño reía a carcajadas y dijo:
- Hombre, ¿qué clase de canto es ése? Nunca había escuchado a un ruiseñor cantar así.
Nasrudin contestó:
- Bueno, así es como canta realmente un ruiseñor sin experiencia
Maestro: El humor es transformador. Para el dueño de los árboles, el hecho de que le hicieran reír valía mucho más que un puñado de frutas. Nasrudin podría haber puesto excusas, podría haber huido, pero optó por la comicidad.
Fuente: Cuentos Sufis, la filosofía de lo simple
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