Te voy a contar la historia de una niña telépata que vivía en un presente continuo, estaba conectada profundamente con su alma, en su expresión era poeta y en sus acciones maga. Pero descubrió con dolor que no podía sobrevivir en este mundo, o sea ser vista y acariciada, sin ocultar su naturaleza y creó un ego-avatar. ¡Funcionaba!
Su ego-avatar adoptó guiones familiares y sociales, se dejó programar, adquirió mil habilidades para alimentarse de aquello que tanto necesitaba, y su cerebro, con su primaria misión orgánica de mantenerla con vida, empezó a convencerse de que esa era su identidad.
La niña conectada con su alma estaba exiliada ese lugar del subconsciente donde guarda todo lo que amenaza la supervivencia en cada edad. Desde allí, enviaba mensajes de socorro a través del cuerpo y de los sueños que a su cerebro, obsesionado por adaptarse al mundo, desoyó hasta que al llegar al ecuador de su vida, a esa mediana edad en la que se elige si VIVIR o sobrevivir, la niña telépata recogió toda la energía que conservaba de la conexión con su alma y rugió tan fuerte como un león. En ese sonoro instante, el ego-avatar se desvaneció. Los ojos de la niña vieron, como mientras ese holograma en 3D se apagaba, se desplegaba ante ella un mundo lleno de posibilidades para dar y recibir. El ego-avatar se convirtió un instrumento funcional que la niña utilizaba cuando era necesario, pero sin identificarse con él. ¡Y le quedaba media vida para seguir el dictado de su alma!
¿Has oído alguna vez cerca de ti, como si viniera de tu interior, un león rugir?
Carmen Guerrero
VÍA PLANO SIN FIN
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